El día después de las elecciones, el mundo cambió en el oficialismo. En realidad, comenzó lo que todo se había anticipado el 12 de agosto pasado, cuando José Alperovich miró las planillas de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) y se dio cuenta de que tenía un problema capital. Domingo Amaya y sus huestes no eran del todo leales a la causa alperovichista. Las legislativas de hace una semana terminaron por confirmar las sospechas oficialistas. A tal punto que un ministro salió a los gritos del despacho gubernamental despotricando contra el jefe municipal capitalino, que no apareció ni estaba invitado a la "fiesta" del Frente para la Victoria.
De pronto, el teléfono se descolgó. El gobernador dejó de llamar a Amaya. Ni siquiera sonó cuando el mandatario provincial anunció que avanzará en la remodelación del Palacio de los Deportes para convertirlo en un microestadio.
El intendente había presentado, en su momento, a la Casa de Gobierno dos ideas al respecto. Una promovía el aprovechamiento de la estructura, con la figura de una media luna, que requería una inversión de $ 20 millones. Otro proyecto contemplaba convertir ese complejo en una suerte de circo romano, con capacidad para 8.000 personas. Tampoco prosperó. La semana que pasó Alperovich habló del tema como si fuera el intendente capitalino, de una iniciativa que puede llegar a costar entre $ 70 millones y $ 100 millones. Párrafo aparte, las gestiones para romper el cinturón ferroviario del Central Córdoba y darle más fluidez al tráfico de la ciudad.
Las cosas no quedaron allí. El jefe del Poder Ejecutivo tampoco mencionó acerca de la idea oficial de avanzar contra la venta callejera. Amaya había insinuado, antes de las elecciones legislativas, que había que ir por ese camino no sólo porque había un fallo judicial que avala la erradicación de la venta callejera, sino también para reordenar el microcentro en un período de proliferación de puestos, como es el último bimestre de cada año. El viernes, Alperovich decidió actuar -otra vez- como intendente y anunciar que esta semana ordenará operativos para disuadir a los ambulantes. Mientras tanto, Amaya sigue en su silencio. Como calló cuando sus funcionarios le habían transmitido que los inspectores no harían más operativos porque no contaban con el suficiente apoyo policial para levantar los puestos callejeros. Además, era un tiempo de elecciones y una acción directa podía significar menos votos.
¿A quién puede cruzársele por la cabeza la idea de que -tras 12 años como gobernador- Alperovich recale en la Capital para mantener su poder político? Parece una utopía, pero si no hay reelección, la intendencia puede constituirse en alternativa del refugio político para el líder que no quiere dejar que se apague su proyecto político. Porque esa estructura no es ni peronista ni radical; es alperovichista. En las urnas capitalinas, al oficialismo no le fue bien. Sin embargo, sus referentes -incluido el propio gobernador- creen que las elecciones generales los resultados suelen ser más favorables que en un comicio de medio turno. Puras especulaciones.
Alperovich quiere ganarse el aplauso ciudadano y, a la vez, seguir marcándole la cancha a Amaya. Nada será lo mismo después del domingo 27 de octubre. Ha quedado claro que una ruptura en las relaciones políticas han minado el poder de ambos. Y la silenciosa pelea se desató justo en momento de ausencia presidencial. Se sabe que ambos tienen buena llegada a la Casa Rosada. Pero los moradores del Palacio tienen preocupaciones más importantes que un distanciamiento de dos de sus referentes de la provincia norteña.