Nunca un canadiense había obtenido el Nobel de Literatura. Alice Munro, deliciosa narradora del día a día en cada uno de sus cuentos, hizo historia. "La vida de la gente es suficientemente interesante si consigues captarla tal cual es: monótona, sencilla, increíble, insondable”. Esa es su fórmula para escribir. Sencilla en el enunciado, profunda en el abordaje y en la belleza de sus textos.
No fue una sorpresa la elección de Munro. Joyce Carol Oates figuraba también entre las candidatas. La sensación de que el Nobel podía rumbear hacia América del Norte estaba firme, teniendo en cuenta la rotación de continentes que viene siguiendo la Academia sueca a la hora de adjudicar el premio. Fue Asia el año pasado (el chino Mo Yan), Europa en 2011 (el “local” Tomas Transtromer) y América Latina en 2010 (Mario Vargas Llosa).
Desde hace medio siglo Munro viene configurando una literatura de la cotidianeidad con forma de relatos breves, aparentemente simples en su estructura, densos en el tratamiento de personajes fácilmente reconocibles y queribles. Se la considera pionera y eximia representante del realismo moderno canadiense. Junto a Margaret Atwood constituyen el pilar de las letras femeninas de su país.
Las mujeres que pueblan los relatos de Munro son las que conoció desde su infancia en Ontario. Chicas como cualquier otra, sujetas a los tironeos de la vida. Se enamoran, se pelean, gozan, sufren. Sencillas, a veces sabias. Un párrafo de “El bote hallado” dice:
Eva se irguió en el agua, el pelo chorreando, el agua corriéndole por el rostro. El agua le daba por la cintura. Estaba parada sobre dos piedras pulidas, con los pies bien separados, el agua corriendo entre sus piernas. Como a un metro de distancia, Clayton se incorporó y ambos se quedaron parpadeando, para escurrir el agua de sus ojos, mirándose uno al otro. Eva no se volvió ni intentó ocultarse. Estaba temblorosa de frío, pero también sentía orgullo, vergüenza y euforia.
Editada en Argentina –y con material disponible en las librerías tucumanas- la obra de Munro se multiplicará largamente a partir de este merecido Nobel. Será la oportunidad de visitar la vasta producción de una fiel y constante observadora del mundo y, en especial, de las mujeres que transitan por él. Con el ojo entrenado de una experta que ya anda por los 82 años y el corazón de quien empatiza con cada una de sus criaturas.