Por Rodolfo Modern - Para LA GACETA - Buenos Aires

Ciertos seres humanos privilegiados amparan su existencia en un ámbito que les es particularmente favorable según la teoría que paso a formular. Se trata del arco del violín o del que la arquitectura produce. Aunque muchas otras pueden exhibirse. Desde allí se interrelacionan más y mejor con otros privilegiados a raíz de las vibraciones o del espacio en que se comunican. Así se metamorfosean o metaforizan, experimentan en el contacto recíproco otras sensaciones, ideas, pensamientos, reflexiones, a través de sus genes o de partículas infinitesimales que los componen. Y se manifiestan (Novalis dixit) como portaestandartes de analogías que son claves para interpretar su compleja estructura. Suceden entre matices, modulaciones o silenciosas cadencias que no alcanzan a percibirse con los sentidos de los que disponemos. Es que la música o entidades que la reemplazan son capaces de generar milagros en su intento de alcanzar el acorde final. Que, por supuesto, no llega cabalmente. Son pocos y, repetimos, privilegiados.

Porque esos escasos hombres y mujeres son puentes y fuentes entre sí. Dentro del campo de la ciencia, la literatura y la filosofía sientan las bases de la física, la química, la metafísica, la música, la poesía, el arte. O de todo aquello que nos aparta de la naturaleza.

Desde fines del siglo XIX su aparición ha afectado a mi generación. El más próximo a nosotros es George Steiner, el deleitoso y siempre instructivo polígrafo nacido en Viena en los años 30 del siglo pasado. Al que sí dedicaremos unas líneas, vio la luz en Inglaterra al borde del siglo XX, en 1894. Ambos iluminaron con sus saberes e intuiciones los rincones más arduos de la ciencia, el arte y la filosofía. Nos referimos a Aldous Huxley, nieto de Thomas Huxley, camarada de Charles Darwin que, entre otros hallazgos, acuñó el término "agnosticismo". Aldous tuvo la mala suerte de fallecer casi al mismo tiempo que el presidente John Kennedy, al filo de sus 70 años, lo que restó algo de fama a su existencia. Su copiosa obra, de índole tan rica como variada, revela a través de diversas técnicas la búsqueda de una Verdad exigente que encontró en parte de sus últimos libros, como La filosofía perenne, el material necesario para explayar su poderosa inteligencia, como un trépano luminoso operando en un material duro y difícil que tradujo en términos de una metafísica y una mística donde mezclan sus aguas todas las religiones llamadas superiores.

Exponer verdades

Para mi generación fue una especie de faro, tanto por la expresión precisa y elegante de sus argumentos, como por su saber prodigioso, poesía, novela, cuento, como el ensayo de carácter estético o social. En la trayectoria de su obra se advierte una especie de parábola que arranca de un clima festivo, irónico, con mucho de sátira, y se irá ahondando hasta adquirir en sus últimas novelas el espesor y la seriedad que ostentan El tiempo debe detenerse o la biografía del padre Joseph de Tremblay, la eminencia gris del cardenal Richelieu. Un mundo feliz, uno de sus grandes libros, es una novela utópica de trasfondo amargo, en la que el protagonista termina ahorcándose al no poder aguantar el régimen de benévola tiranía de la Federación que Ford ha ideado e impuesto. Pero Huxley no buscaba la mera popularidad sino animarse a exponer una verdad esencial arrancando los velos de la mentira y la hipocresía.

En el ensayo de abordaje de figuras como Gesualdo, el Greco, Beethoven, como en sus campañas contra la guerra, el militarismo, el nacionalismo, las opresiones económicas, políticas y sociales, los totalitarismos hará flamear, pese a todos los obstáculos, la bandera de la paz. El credo, en suma, de toda persona verdaderamente civilizada y decente.

Huxley puede estar hoy algo olvidado, es cierto, porque el ruido reemplaza el beneficio. La búsqueda de su Verdad se convierte en una tarea heroica, esforzada y admirable, que se destaca, por ejemplo, en novelas magistrales como Contrapunto y Ciego en Gaza. En ambas novelas (y en otras más) Huxley muestra un fresco social compuesto por individuos de la clase media lata de Inglaterra, y lo hace con minuciosidad, cinismo, seriedad, reflexiones y aditamentos mentales, su fuerte. Agrega asimismo una no común penetración psicológica para otorgar mayor relieve a sus personajes. Y no puede dejarse sin mención su fundamental y copioso libro El fin y los medios, exposición apasionada de sus creencias, que la obra siguiente ahondará y grabará en la memoria de sus lectores.

© LA GACETA Rodolfo Modern - Escritor y crítico literario. Miembro de número de la

Academia Argentina de Letras.