Por Dolores Caviglia - Para LA GACETA - Buenos Aires
La primera vez que Juan redactó un cuento tenía cuatro años; sin embargo, no habla mucho sobre ello porque sabe que no tenía la conciencia necesaria como para llamarlo así. Por eso, cuando le preguntan cuál fue su primer texto, recuerda aquel que escribió a los 13, cuando se dirigía a su clase de guitarra y vio cómo un edificio ardía en llamas; el fuego, la reacción de la gente, los héroes repentinos y la sensación de peligro lo cautivaron. Entonces, escribió un reportaje sin saber muy bien lo que hacía y lo publicó en La tropa loca, el periódico que hacían en su escuela con un mimeógrafo.
Más de 40 años después de ese incendio, y tras estudiar sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana, Villoro se consagró como ensayista, columnista, cuentista, cronista, guionista, dramaturgo, profesor y narrador. Entre sus novelas, se destacan El testigo (por la que ganó el Premio Herralde 2004) y Arrecife. Entre sus cuentos, La alcoba dormida, La casa pierde y Los culpables. Entre sus ensayos, Efectos personales, Roberto Bolaño: la escritura como tauromaquia y La máquina desnuda. Entre sus crónicas, Palmeras de la brisa rápida: Un viaje a Yucatán, Dios es redondo, ensayos y crónicas sobre fútbol y 8.8: Miedo en el espejo, crónica del terremoto de Chile de 2010.
Además, Juan es fanático del Barcelona y de Borges, vive entre España y México, escribió canciones para el grupo Café Tacuba, se define como una persona fisgona, curiosa y entrometida, y considera que los mexicanos tienen rencores largos y recuerdos cortos.
- Este año publicaste Espejo retrovisor, que reúne los textos más significativos de tu carrera. ¿Cómo fue el proceso de selección? ¿Los publicaste tal cual lo habías hecho con anterioridad o modificaste algunas cuestiones con la relectura?
- Hice la única selección que puede ser sincera desde la perspectiva de un autor: apelé a las fidelidades de la memoria. Recordé los textos que me acompañaban con más fuerza y elegí esos. Obviamente tomé en cuenta que vinieran de distintos libros y que algunos fueran inéditos, para hacer variada y atractiva la selección, pero no busqué calificarlos por logros o calidad. Salvo algún detalle menor, los incluí tal cual. Coloco los cuentos del más reciente al primero, como una especie de "viaje a la semilla" y ordeno las crónicas por temas.
- ¿El título lo elegiste vos? ¿Qué buscabas transmitir con él?
- Proviene de uno de los cuentos. Un espejo retrovisor te permite ver hacia atrás. Es lo que hice al elaborar la selección.
- ¿Qué te sucede cuando leés textos tuyos antiguos?
- Es una experiencia rara. Recuerdo las circunstancias en que los escribí; recupero el momento en que iba a escribir una frase "genial" en determinado párrafo pero llegó mi madre con una de sus urgencias y todo cobró otro rumbo. La experiencia más curiosa es que sólo puedo decir con relativa objetividad que algo mío funciona cuando me sorprende como si otro lo hubiera escrito. Esa despersonalización, esa autonomía del texto, es la única garantía más o menos certera de que funciona. En esa medida, no puedo sentirme orgulloso de él, pues lo mejor que tiene es que parece ajeno.
- A lo largo de estos 30 años, ¿recordás algún escrito que te haya marcado en particular? ¿Tenés alguna anécdota al respecto tanto de la escritura como del proceso de investigación?
- Hombre, supongo que todo ha dejado alguna huella y, como son tantos textos, me cuesta trabajo señalar alguno. Te cuento una anécdota de una crónica que no está en el libro, se llama La vida en cuadritos y narra la trayectoria del dibujante de comics Gabriel Vargas, autor de La familia Burrón. Esa historieta fue una especie de academia informal del idioma y ofreció a lo largo de varias décadas un gozoso retrato de la vida del DF. Muchos años después de publicada, la Asamblea de Representantes de la ciudad decidió hacer un sello postal (un "timbre", como decimos nosotros) en homenaje a Vargas. El sello iba a ser un retrato de Borola Burrón, protagonista de la serie, pero se necesitaba una justificación escrita para que los asambleístas la apoyaran. Gabriel Vargas les dio mi texto. El título de La vida en cuadritos aludía a la estructura de los comics y también a la frase que se dice cuando alguien se mete en problemas y "se hace la vida de cuadritos". Pues bien, el resultado final de esa crónica fue que permitió la existencia de un cuadrito, un sello con Borola Burrón. Me parece una buena metáfora de cómo la escritura retrata la vida y luego se convierte en parte de ella.
- Sos periodista, escritor, profesor... ¿cuál de todas tus aristas es la que te provoca más placer? ¿Cuál es el público con el que más cómodo te sentís? ¿Chicos o adultos?
- Supongo que conecto más con los niños porque la mayoría de mis lectores son de esa edad. Es posible que mi psicología más genuina sea la de un chico de 12 años. Cada género me somete a nervios y placeres distintos, por eso los practico. El artículo periodístico exige claridad, concisión, velocidad de entrega. El cuento infantil permite una imaginación desaforada, pero a condición de que sea lógica. Cada género es complicado a su manera, insoportable a su manera y placentero a su manera. Es como tener amores distintos sin que nadie te reclame.
- ¿A qué te hubiera gustado dedicarte si no hubieses tenido talento para la escritura?
- Me hubiera gustado ser médico. No puedo dejar de oír a una persona que habla de sus síntomas, me encantan los hospitales y ese extraño predicamento de un oficio que está a medio camino entre la ciencia y la adivinación.
- Si tuvieras que describir el momento de tu carrera en que te encontrás, ¿cómo la harías? ¿Tenés aún muchas metas por cumplir?
- He descubierto que puedo ser principiante. A los 50 comencé a escribir teatro y llevo seis años en el intento. Filosofía de vida se presentó en (el teatro) Corrientes durante más de un año, así es que tuve suerte de principiante.
- Como cronista, sos observador de la realidad económica, política y social de América Latina, ¿cómo ves en la actualidad al continente?
- Es difícil resumirla en una frase, digamos que las democracias ganaron terreno y ahora regresan ciertos proyectos sociales que se habían abandonado. Las políticas neoliberales fracasaron en forma más obvia que en otras regiones, y eso me parece bueno. Hay más energías que en Europa, más anticuerpos contra la crisis, y eso es positivo. Mi país se debate entre el narcotráfico y el oficialismo de siempre, pero ojalá se nos contagie algo del resto de América Latina.
- ¿Podrías contarnos un poco cómo es tu biblioteca? ¿Cuáles son tus clásicos, qué recomendás?
- No soy un gran comprador de libros, los tengo un poco por accidente, pero no puedo vivir sin ellos. Tengo libros fetiche, como un ejemplar de Rayuela, que me regaló un amigo que murió en el terremoto del 85 (en México), bastantes libros en alemán porque traduje de ese idioma, una sección bastante especializada de rock del período clásico tardío (de Pink Floyd al new wave) y otra de fútbol, muchos libros de la década del 60 y el siglo XVIII, períodos de rebelión intelectual, de melenas y pelucas, que me parecen esenciales; en fin, un revoltijo que expresa lo que soy. La ventana da al jardín y es el primer cuarto al que entra todo mundo, en la planta baja, el sitio ideal para ser interrumpido.
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PERFIL
Juan Villoro nació en México DF, en 1956. Fue director del suplemento Jornada semanal en el diario Jornada y profesor en las universidades de Yale, Princeton y Pompeu Fabra. Entre otros premios, ganó el Herralde de novela. Es autor de 40 libros y columnista de los diarios Reforma y El Mercurio....