Una de las grandes paradojas económicas de los últimos años se verifica en el plano fiscal. En la última década, la economía se expandió, en promedio, un 7%, mientras el resultado fiscal fue empeorando. Pasó de un superávit del 4,5% del Producto Bruto Interno (PBI) en 2004, a menos del 1% en 2012. En tanto, su valor es de -2,5%, si se considera el resultado financiero, es decir, luego de computar el pago de intereses. Cuesta entender, que una economía, que según las estadísticas oficiales tuvo un significativo proceso de expansión, y que todos los años bate récord de recaudación, presente una delicada situación fiscal. El problema tiene dos aristas: el gasto público y los recursos. La expansión de gasto en sí mismo no es un problema. La dificultad radica en cómo financiarlo sin incrementar demasiado la presión fiscal, que termina afectando al sector productivo, sin contraer un nivel de deuda insostenible y sin abusar de la emisión monetaria que alimenta la inflación.

Desde hace un tiempo, el Gobierno nacional empezó a reconocer, implícitamente, los desequilibrios de la macroeconomía; así pergeñó el fallido blanqueo de capitales, los fallidos acuerdos de precios y la insoportable presión fiscal ¿Por qué reconoce implícitamente el problema fiscal? Por la sostenida resistencia a actualizar el mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias, los topes a los monotributistas, la creación de nuevos impuestos a las empresas y, sobre todo, al negarse a disminuir las retenciones al sector agropecuarios desde hace diez años.

Dejando de lado el probable condimento político que puedan tener las medidas fiscales de las últimas semanas, la Casa Rosada sostiene que sigue ese camino para continuar con las políticas anticíclicas (lei motiv del último lustro). Más allá de los alivios tributarios, que beneficiará directamente a los sectores más postergados de la sociedad, y con mayor propensión al consumo, que sin atacar la inflación en pocos meses serán anécdota, la cuestión de fondo es cómo se modificó la estructura tributaria argentina desde la crisis de 2001 hasta 2012.

Al comparar la conformación de la torta tributaria de 2001 con la del año pasado se puede observar el importante incremento de los impuestos al Comercio Exterior. De representar un 4% en la estructura tributaria, pasaron al 11% en la actualidad. Esto implica que un contexto en el que mejoraron significativamente los términos de intercambio, esto es, los precios de las exportaciones en relación con los de las importaciones, la Argentina -uno de los principales países exportadores de alimentos y de materias primas del mundo- grava y desalienta las exportaciones de los sectores más competitivos de la economía. Cuando en el primer cuatrimestre de 2002 se introdujeron las retenciones. La justificación fue el profundo desequilibrio fiscal y las mejoras que empezaban a darse en los precios de las exportaciones argentinas. Sin embargo, con el correr de los años, lejos de reducirse, las alícuotas subieron y en el primer trimestre de 2008 se intentó aplicar un sistema de retenciones móviles. Es decir, que la retención sube automáticamente si sube el precio externo del producto exportado que, en ese caso, iba a ser destinado a las exportaciones de soja. Eso, a entender del diseñador del esquema, el ex ministro Martín Lousteau, iba a traer previsibilidad al sector. La medida fue ampliamente resistida por los productores y, finalmente, desestimada en el Congreso Nacional. El monto de retenciones recaudado en el año 2002 fue de $52 millones, mientras que en 2012 fue de $61.315 millones. Considerando que el total de recursos tributarios del año pasado fue de $679.799 millones, los Derechos de Exportación representan un 9% del total de recursos. Con estas magnitudes, se desprende la relevancia que tiene este impuesto en la actual estructura tributaria nacional. Si a esto se suma el deterioro del tipo de cambio real, por efecto de la inflación, se advierte que lejos de crear los estímulos necesarios para mejorar genuinamente la productividad del sector exportador se lo desalienta.

Las retenciones no sólo desestimulan las exportaciones, sino que tienden a reducir la producción local sujeta a retenciones. Eso explica la caída en la producción de carne vacuna, de trigo de maíz, por citar algunos cultivos. Podrá argumentarse que esto no sucede con la soja. A los niveles actuales que tiene el precio de la oleaginosa, los cultivos para grandes áreas de producción aún dejan cierto margen de rentabilidad. De ahí la importancia de que puedan caer los precios de la oleaginosa ante una revaluación del dólar.

Una estructura tributaria que afecta la productividad de los sectores más dinámicos de la economía termina siendo altamente nociva para la competitividad, para la inserción agresiva en los mercados internacionales. Además, es representa una contradicción, ya que en la medida que se pide dejar entrar por ejemplo, limones en Estados Unidos, al mismo tiempo se gravan las exportaciones de este producto. Algo similar podría afirmarse del impuesto a los Créditos y Débitos Bancarios (impuesto al cheque). Gravar las transacciones financieras crea distorsiones en el proceso de intermediación financiera. Pese a ello, este impuesto, introducido en el año 2001, en una nueva edición de la emergencia fiscal, representa actualmente el 7% en la estructura tributaria.

En definitiva, debería hacerse una profunda revisión de la composición tributaria de la Argentina, no sólo la presión fiscal es elevada, sino que está sustentada en impuestos altamente distorsivos, que afectan la producción y que acorralan al comercio. Los impuestos deben estar diseñados de tal forma que al tiempo que financian el gasto público, provoquen las menores distorsiones posibles. De lo contrario, afectan la estructura productiva y destruyen la competitividad en los sectores más productivos. Sin embargo, para esto habrá que seguir esperando, porque otra vez la emergencia fiscal está presente.

BALANZA

Complicaciones para el turismo foráneo

Con una balanza turística deficitaria, es probable que esto siga profundizándose debido a que el tipo de cambio del país no favorece la salida de turistas. La Argentina tiende a encarecerse en términos de dólares. El dólar turista no termina de convencer a los foráneos, advierte Robinson. De igual manera, el extranjero que visita el país trata de evitar cambiar sus divisas a valor oficial.

OPCIONES

La competencia con otros destinos

En un contexto en el que otros países también están devaluando su moneda, los turistas extranjeros tienen más opciones para elegir el destino para gastar sus dólares o sus euros. Eduardo Robinson cree que la Argentina se volvió un destino caro en dólares, soportando devaluaciones competitivas de otros países. "Particularmente, a un europeo le resultará más conveniente ir, por ejemplo, a Brasil, que también ha devaluado", dice.

SIGUE EL CEPO 

No hay aún señales de flexibilización

Según Robinson, no se flexibilizará el cepo turístico. "Es posible que el 20% se incremente y que se endurezca el cepo tras las elecciones de octubre", indica el economista. La estrategia oficial sigue siendo la misma: cuidar que no salgan dólares del país. Así, es posible que el dólar turista pegue un salto en su cotización, a $ 8,50, más cercano al valor que tiene actualmente el dólar paralelo o blue, estima.