Por Michel Onfray
Diógenes fue entonces mi maestro, por lo menos un maestro que se niega a ser considerado como tal . Yo envidiaba esa vida sin cadenas, sin límites, esa existencia libre de un hombre que no manda y que sobre todo no quiere alguien que lo mande, que no es esclavo de nada ni de nadie, de ningún prejuicio; admiraba esa figura que no se ve censurada por ningún tipo de corrección política (una fórmula moderna para expresar algo bien viejo) y se propone llevar adelante la vida libre de un filósofo libre.
Más adelante me gustaba que en las genealogías más viejas del pensamiento anarquista algunos historiadores se remonten hasta Diógenes. Intuyo un linaje que, vía La Boétie, mi otro gran hombre en el terreno político, alimenta a los siglos, y no solamente al siglo de oro de la anarquía, es decir el Siglo XIX. Que la anarquía haya podido concernir a tantos hombres desde el ágora de Sínope en que Diógenes lanzaba sus primeras bombitas de olor filosóficas, es algo que prefiero mucho más que adscribir al catecismo de los devotos de la anarquía que no saben abrir la boca sin que la cita de su autor termine con un "Alabado sea su nombre".
Diógenes, entonces. Con frecuencia la vulgata resume un pensamiento, una obra en un puñado de tarjetas postales fáciles de enviar a un destinatario apurado y poco exigente. Primera tarjeta postal: el sabio mugriento que vive en un tonel del que sale a veces para masturbarse en la plaza pública. El tonel inventado por los galos, le suma a la leyenda, pero en este caso se trataba más bien de un de un ánfora para aceite o vino. En cuanto a ese trabajo manual, sería una provocación; dicho de otra manera, y como lo prueba la etimología, es una invitación a -a reflexionar, pensar, cogitar, analizar, meditar, razonar...-. Aquí: en las raíces del pudor, en las razones de una interdicción singular sobre una práctica banal y generalizada, en la hipocresía de la moral social, en la oposición entre una práctica corriente en privado y reprobada en público por aquellos mismos que la llevan a cabo, etcétera. Primera lección: el filósofo desenmascara las quimeras, todas las quimeras.
Segunda postal: el encuentro entre el filósofo cínico y el hombre poderoso. Alejandro Magno, al tanto de la célebre reputación del pensador, acude a su ánfora y le dice: "Soy todopoderoso, pídeme lo que quieras y lo tendrás". En un griego que debemos traducir a la lengua de hoy, Diógenes responde: "Lárgate, me haces sombra" -"Apártate, me tapas el sol", dicen manuales de la época en que todavía se aprendía griego....- Segunda lección: el verdadero poder es el poder sobre uno mismo. Cualquier otro es una tiranía injustificable.
Tercera postal: Diógenes pasa sus días tratando de reducir sus necesidades a lo estrictamente indispensable. Sabe que cuanta menos se tiene, más libre se es. El inventor del decrecimiento se despoja de todo lo innecesario; no guarda más que un abrigo para protegerse de las inclemencias del tiempo, una alforja para guardar su jarro y un palo para alejar a los inoportunos. Un día ve a un niño intentando tomar agua de una fuente con su mano. Ofuscado por no haber pensado en ello antes, se saca de encima el recipiente inútil y que tanto lo incomodó durante años. Tercera lección: el dominio del deseo es todo el dominio, y define al mismo tiempo la libertad absoluta, el otro nombre de la autonomía.
Existe una multitud de otras tarjetas postales menos conocidas: Diógenes dando vueltas a la plaza mientras arrastra un arenque con una cuerda para invitar a la gente a deshacerse de la opinión de los otros; Diógenes recorriendo las calles con una linterna en búsqueda de un hombre, pero no en el sentido de "un verdadero hombre" sino, de acuerdo con un humor difícil de interpretar uno que fuera El Hombre de Platón, su enemigo idealista, es decir La Idea del Hombre; Diógenes lanzando un gallo desplumado a las piernas del mismo filósofo que definía al hombre como un "bípedo sin plumas" -lo que también era el volátil desplumado- Diógenes el comedor de carne cruda, de carne humana, que de esta manera protesta contra lo arbitrario de las prohibiciones; Diógenes pidiendo limosna, para acostumbrarse así al rechazo; Diógenes escupiéndole en la cara a un hombre, el único lugar sucio que ha encontrado; Diógenes deseando que permitan a su cadáver pudrirse en un foso para que entiendan que después de la muerte no hay nada; Diógenes tirándose una ráfaga de pedos para liberar de culpas a un filósofo estoico humillado tras haber expelido un viento a pedido suyo, con el objetivo de probar la futilidad de las convenciones sociales; y tantas otras anécdotas que, juntas, enseñan a llevar una vida filosófica...
Llevar una vida filosófica bajo el signo del cinismo, ¿qué significa? ¿Masturbarse en la vía pública? ¿Arrastrar un arenque con una cuerda? ¿No parar de tirarse pedos en cualquier lado? ¿Escupirle en la cara a cualquiera que pudiera llegar a merecerlo? ¿Comer carne humana? No, claro que no, es demasiado fácil, sería patético copiar, imitar, calcar, seguir a un maestro como un discípulo servil, igual que la sombra se pega a un objeto bajo el sol.
Se trata de inventar modalidades existenciales cínicas en un mundo en el que las formas han cambiado, ¡y cómo!, pero en el que en el fondo sigue siendo el mismo: siempre existirán los señores importantes a los que hay que sonarles la nariz, los profesores ciruela, los poderosos arrogantes y los que compran filósofos tal como se compran esclavos, a los que hay que aclararles que preferimos el sol antes que sus luces artificiales, los que nos impiden vivir y que merecen una buena patada en el culo, los vendedores de falsas novedades, que deberíamos abofetear con urgencia... * Capital Intelectual