Los incendios y la escasez de agua son los síntomas, la fiebre que alerta sobre la presencia de una enfermedad. Se puede bajar la fiebre con aviones hidrantes y el encomiable esfuerzo de los bomberos; con la excavación de pozos que alivien a la población privada de agua potable. Pero a no confundirse, el verdadero problema es el cambio climático. Esto obliga a repensar el Tucumán de los próximos 80 años y la viabilidad de las políticas en marcha. En qué gastar los recursos. Cuánto y dónde invertir. Y cómo hacerlo, por supuesto.

Tomemos un ejemplo. Apunta el geólogo Adrián Ruiz que de acuerdo con cálculos realizados por expertos internacionales, del total de agua dulce sobre los continentes el 97% corresponde a agua subterránea y el 3% a la depositada en ríos, esteros, lagos y embalses. En otras palabras, que en Tucumán el recurso fluye bajo nuestros pies. Pero la cuestión no es cavar por cavar. "Sin una planificación previa, estudios hidrogeológicos y ordenamiento zonal de la explotación el uso del agua subterránea puede tornarse ineficiente, produciendo efectos como sobreexplotación, contaminación de acuíferos, descenso de niveles..." Ruiz es el jefe del Departamento Agua Subterránea de la Dirección de Recursos Hídricos. Con los recursos naturales no se juega ni se improvisa.

Se ha establecido una mecánica que, por habitual, hasta parece natural. La sequía aprieta. Baja la cota de El Cadillal. En los barrios empieza a escasear el agua o, directamente, las canillas quedan mudas. Los cultivos entran en crisis. El Poder Ejecutivo decreta la emergencia. Se remarca la obsolescencia de las cañerías y el hecho de que la vida útil de El Cadillal va llegando a su fin. Agreguemos ahora los incendios. Este cuadro empeorará a medida que pasen los años si no se implementan políticas a largo plazo que contemplen el nuevo mapa climático.

El periodista Jeff Goodell escribió un extraordinario artículo, publicado por la revista Rolling Stone. Goodell habló con numerosos científicos y la conclusión es estremecedora: hacia 2100 vastas zonas de Miami estarán bajo el agua. Los casquetes polares se están derritiendo mucho más rápido que lo previsto. La Administración Nacional de Océanos y Atmósfera de Estados Unidos calcula que hacia el fin del siglo el nivel del océano Atlántico subirá en la zona de la península de Florida alrededor de 1,80 m. Lo sorprendente es la sordera selectiva de quienes siguen negando el calentamiento global.

Según Juan Minetti, doctor en Meteorología, todo indica que estamos en plena etapa de salto climático. Son momentos en los que el clima se vuelve loco porque se produce una variabilidad considerable de un año a otro. Nos adentramos en un período seco, que puede extenderse durante 15 años. O más, teniendo en cuenta el calentamiento global. Hay un antecedente histórico: entre 1890 y 1916 las temperaturas máximas ascendieron y se produjo la gran sequía continental de la Argentina. Desde la década del 50 disfrutamos una bonanza de lluvias. "Esta situación está cortándose de forma violenta", enfatiza Minetti.

En zonas semiáridas del este tucumano será necesario un proceso de adaptación a nuevas formas de agricultura y ganadería. Minetti estima que las pérdidas de los rendimientos culturales en la caña de azúcar pueden rondar entre el 20% y el 30 % en los próximos años. ¿Y la contaminación de los ríos con desechos industriales? Sin lluvias disminuye el caudal. A menor caudal menor capacidad del agua de disolver esos desechos.

La complejidad del cuadro merece mucho más que la luz roja de una emergencia estacional. Se trata de cómo vivirán las futuras generaciones de tucumanos. Por una vez, y en contra del pensamiento de Thomas Hobbes, es imprescindible que el hombre deje de ser el lobo del hombre.