Si trabajás con la computadora, lo hacés sentado. Si sos escritor, tenés que sentarte para volcar tus ideas. Si tu oficio es la costura, lo más probable es que pasés largas horas sentada frente a la máquina. Y si tenés una reunión de trabajo, sos arquitecto, paseás por la ciudad en automóvil o recorrés cierta distancia para llegar a tu trabajo, lo hacés sentado. Vivimos la mayor parte del tiempo sentados: alrededor de 10 horas calculan los médicos nutricionistas.

Estar sentados es uno de los hábitos más generalizados en las sociedades occidentales. El fenómeno fue analizado por el doctor Marc Hamilton, del Departamento de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Missouri, cuando habló de la "Fisiología de la inactividad física" en la Serie Científica Latinoamericana 2013 (foro de discusión sobre temas de salud) que finalizó en México y cuyo tema central fue "Cambios de conductas" para combatir la epidemia de obesidad que avanza en el mundo.

Desequilibrios orgánicos

De acuerdo a la hipótesis del doctor Hamilton, permanecer sentado durante largos periodos de tiempo es causal de desequilibrios metabólicos y biológicos que podrían desembocar en accidentes cardiovasculares. "Recientes estudios indican que hacer ejercicio físico periódicamente pone a salvo a una persona de enfermarse si pasa demasiado tiempo sentada todos los días", sentenció. Y puso un ejemplo para reforzar sus conceptos: supongamos que una persona duerme ocho horas en promedio y se ejercita 30 minutos diariamente. ¿En qué ocupa las 15,5 horas restantes de cada día? La mayoría pasa ese tiempo sentada. El simple hecho de permanecer sentado puede provocarle a una persona diversas afecciones, más allá de que practique una actividad física cotidiana e incluso si cumple con la recomendación de 30 minutos diarios, cinco días a la semana.

En diferentes investigaciones realizadas durante los últimos años, como la Encuesta Nacional Estadounidense de Salud y Nutrición 2003-2004 y el Estudio Australiano de Diabetes, Obesidad y Estilo de Vida 2008 (AusDiab), los autores descubrieron que estar sentado durante mucho tiempo aumenta la circunferencia abdominal y provoca desequilibrios en los niveles de glucosa (azúcar en sangre), triglicéridos y colesterol de alta densidad. Se corre entonces el riesgo de sufrir padecimientos relacionados con estas variaciones metabólicas, independientemente de que haga ejercicio con regularidad. Esto se debe a que los mecanismos biológicos y los procesos moleculares que se ven afectados por estar sentado son diferentes a los que se activan con el ejercicio físico diario. Por ende, las consecuencias a nivel orgánico también son distintas.

El ejercicio, no basta

Por su parte, la nutricionista argentina Mónica Katz, que también participó del foro, reconoció que está comprobado que la práctica cotidiana de actividad física tiene beneficios importantes para la salud: ayuda a prevenir y combatir el sobrepeso, disminuye el riesgo de sufrir enfermedades como la diabetes, algunos tipos de cáncer y males cardiovasculares, y mejora el estado de ánimo. "Pero ahora también está comprobado que esto no basta para gozar de una vida saludable", enfatizó.

Pararse y caminar

Katz sugirió que en lugar de realizar actividad física de moderada o alta intensidad que muy pocos practican (menos del 5% de la población) los efectos nocivos de estar sentado pueden evitarse si la persona se toma varios momentos a lo largo del día para ponerse de pie, caminar un poco y estirarse. Esta estrategia mejora no solo el peso sino también el perfil lipídico (colesterol, triglicéridos y lipoproteínas) disminuyendo el riesgo vascular y coronario.

Políticas de salud

Ante tal panorama, para combatir la obesidad, la diabetes, los accidentes cardiovasculares y demás afecciones relacionadas con el sobrepeso y el sedentarismo, más de 200 expertos recomendaron: hacer como mínimo 30 minutos de ejercicio moderado por día y diseñar políticas de salud encaminadas a contrarrestar los efectos negativos de estar mucho tiempo sentado.

Hábito alimentario y cultura van de la mano

Los factores geográficos, económicos y culturales inciden más que el factor genético en las conductas alimentarias, aseguraron expertos en nutrición en la Serie Científica Latinoamericana. Acordaron, además, que para luchar contra la obesidad "es necesario adoptar modelos de persuasión y no centrarse sólo en medidas restrictivas", como lo subrayó Sara Elena Pérez Gil, investigadora del Instituto Nacional de Nutrición Salvador Zubirán, de México.

Durante el simposio "Cambio de hábitos", que terminó en México, los médicos destacaron que las tendencias culturales y geográficas influyen en la forma de comprar, preparar y consumir los alimentos. Aún así es posible incidir positivamente para que la gente cambie sus hábitos.

El doctor Adam Drewnowski, director del Centro de Nutrición y Salud Pública de la Universidad de Washington, introdujo una idea que llamó revolucionaria: "Para determinar el peso y la salud de una persona, contar las calorías quizás tenga menos importancia que el lugar en donde vive. Es difícil cambiar la conducta alimentaria porque va de la mano de la cultura. Los factores socioeconómicos suelen ser incluso más determinantes que la genética para este tema", sentenció el experto.

El cambio no se logrará sólo con dieta restrictiva

En los últimos años, la orientación de los profesionales de la alimentación se ha reducido a tratar de imponer una "normalidad dietética" basada en la restricción de ciertos alimentos, con el fin de estandarizar los patrones de consumo.

"Para cambiar los hábitos de consumo y fomentar un estilo de vida saludable debemos tomar todos los factores que involucran el acto de comer: los valores calóricos de los alimentos, todos los elementos socioculturales que determinan la elección de lo que comemos, su disponibilidad en la región, la dimensión simbólica de los alimentos e, incluso, su vinculación con la historia personal de cada uno", remarcó la doctora Sara Elena Pérez Gil, ante más de 200 especialistas de 14 países. Con sus dichos refrendó la idea de su colega Adam Drewnowski. "Sí, es posible cambiar los hábitos que beneficien la vida. Pero hay que insistir mucho porque no es fácil", machacó.

El doctor Antonio López Espinoza, investigador de la Universidad de Guadalajara, fue menos optimista que Pérez Gil. "La evidencia científica demuestra que si no se crean dinámicas multidisciplinarias, en las que trabajen nutricionistas, psicólogos y sociólogos difícilmente podamos ver un impactante cambio de hábitos alimentarios".