Las lecturas bíblicas que nos propone la liturgia de este domingo se centran en torno del concepto de la Sabiduría cristiana que cada uno de nosotros está invitado a adquirir y profundizar. El versículo del salmo 89 dice: "Danos, Señor, la Sabiduría del corazón. Sin ella, ¿cómo sería posible plantear dignamente nuestra vida, afrontar sus muchas dificultades y conservar siempre una actitud profunda de paz y serenidad interior? Pero para hacer eso, como enseña la primera lectura, es necesaria la humildad, es decir, el sentido auténtico de los propios límites, unido al deseo intenso de un don de lo alto, que nos enriquezca desde dentro. El hombre de hoy, por una parte, encuentra arduo abrazar y entender todas las leyes que regulan el universo material, pero, por otra parte, se atreve a legislar con seguridad sobre las cosas del espíritu, que por definición escapan a los datos físicos: "Si apenas adivinamos lo que hay sobre la tierra y con fatiga hallamos lo que está a nuestro alcance, ¿quién, entonces, ha rastreado lo que está en los cielos?
¿Y quién habría conocido tu voluntad, si tú no le hubieses dado la Sabiduría y no le hubieses enviado de lo alto tu espíritu santo?" (Sab 9,16-17).
Aquí se configura la importancia de ser verdaderos discípulos de Cristo porque, mediante el bautismo, Él se ha convertido en nuestra sabiduría (cfr. 1 Cor 1,30), y por lo mismo la medida de todo lo que forma el tejido concreto de nuestra vida. El Evangelio pone en evidencia que Jesucristo es necesariamente el centro de nuestra existencia. Lo refleja con tres frases: 1) Si no lo ponemos a Él por encima de nuestras cosas más queridas. 2) Si no nos disponemos a ver nuestras cruces a la luz de la suya. 3) Si no tenemos el sentido de la realidad de los bienes materiales. Se trata de interpelaciones esenciales a nuestra identidad de bautizados.
Una de las cosas que separa al cristianismo de cualquier ideología es la adhesión a la persona de Jesucristo, prefiriéndola a cualquier otra criatura, incluso a la propia vida. Mientras los que siguen la doctrina de Aristóteles, Kant, Hegel o cualquier otro pensador, la persona de este no interesa, o interesa en la medida en que pueda ayudar a una mejor comprensión de sus propuestas, en el cristianismo la persona de Jesucristo es lo nuclear, la verdad, el camino, la vida (Cf Jn 14,6).
Preguntémonos: ¿qué lugar ocupa Dios en mi corazón y en mi actuación diaria? ¿Cumplo los mandamientos? ¿Procuro no dispensarme de acudir con frecuencia a la Eucaristía y los demás Sacramentos? ¿Realizo mi trabajo con honestidad y sentido de la justicia? Hay que dar a Dios la prioridad en todo porque Él es quien nos ha dado la vida y quien nos ha rescatado de la muerte. "¡Señor, enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato y haga prosperar las obras de nuestras manos".
Reflexionemos
Cuando preferimos a Dios sobre todas las cosas estamos dando al corazón lo que él va buscando, aun cuando no siempre lo sepa. "Nos hiciste, Señor, para Ti -confiesa S. Agustín después de haber buscado la felicidad en otras fuentes-, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en Ti".