Dijo que sí porque no le quedaba otra. El que se lo pedía no sólo era el gobernador de la provincia, el mismísimo José Jorge Alperovich, sino además su amigo del alma. El hombre del que sabe muchos secretos y una persona a la que, directamente, decirle que no es como abofetearlo. Por eso, Jorge Gassenbauer, aún sabiendo que se metía en un berenjenal, abrazó al hombre que lo estaba mirando, dejó su cargo como poderoso ministro de Coordinación y el 13 de diciembre del año pasado tomó el fierro caliente del Ministerio de Seguridad Ciudadana. Hoy sus manos están llagadas y el fierro quema cada día más.
Así como Batman en Ciudad Gótica, debe pelear contra los peores delincuentes, Gassenbauer se encontró con un presente negro. Y decidió tener a su propio Robin. Y así llegó Paul Hofer, el hombre que hoy por hoy pone la cara para que el ministro pueda, entre otras cosas, viajar con el gobernador hasta la lejana Israel en plan vacacional. Pero fracasan.
En Tucumán, más que la década ganada, el alperovichismo en materia de seguridad protagonizó la década desesperada. Casi nada de lo que hizo le dio resultado. Pasaron tres jefes de Policía (René Ledesma, Hugo Sánchez y el actual, Jorge Racedo) y los tucumanos pierden por paliza ante los delincuentes. Si en un principio, cuando el grifo de la Nación estaba abierto, no lograron su cometido con planes más mediáticos que efectivos, como las cámaras de seguridad, hoy se pretende lo mismo con mucho menos presupuesto. ¿O el "mangrullo" que pusieron en la intersección de las peatonales Muñecas y Mendoza, con un policía adentro para otear el horizonte no es más un manotazo de ahogado que una verdadera solución?
Lo que, a pesar de haber pasado 10 años en el poder, aún no aprendieron a analizar los alperovichistas es lo que sienten los tucumanos que ven cómo el Gobierno se desentiende de las cuestiones de seguridad. Y es lo que genera más bronca. ¿O las palabras de Sergio González, propietario de un miniservice de Yerba Buena, no reflejan lo que sienten todos los tucumanos? Al hombre ya le robaron cuatro veces. Hubo decenas de denuncias acerca de una patota que aterroriza en la zona de la Plaza Vieja, pero a los funcionarios parece no importarles. "No se ve un policía, ni un patrullero, ni nada", se quejó con amargura el hombre. Es que su caso es un ejemplo paradigmático. Lo que los tucumanos esperan son respuestas inmediatas. Ya las promesas no bastan. Las palabras no sirven. Quieren vivir seguros. Quieren poder caminar y trabajar con seguridad.
Para peor, el Gobierno duerme con el enemigo. Y parece que le gusta. De otra forma no se entiende cómo no hacen nada para detener la ola de corrupción que envuelve a la Policía. Mientras se desgarraban las vestiduras por el pedido de $30.000 de coima que dice haber recibido un agricultor chaqueño de parte de policías de la Brigada Norte, no vieron que esta práctica está instalada en la Policía. ¿O el caso de los policías de La Reducción, descubierto hace pocos días, no es una muestra cabal de eso? Acaso estos policías que terminan vistiéndose de delincuentes se justifican diciendo: "si mis jefes no hacen nada bueno, ¿por qué debería hacerlo yo?"
Mientras tanto, en esta Ciudad Gótica del norte argentino, los alumnos universitarios toman su casa de estudios para hacerse oír: los asaltan o los violan cuando van a estudiar. Y mientras el alperovichismo hace cuentas para enderezar el rumbo perdido en vistas a las elecciones de octubre, ninguno de ellos parece advertir que una de las posibilidades es darle más importancia a la seguridad. Los bolsones ya no alcanzan...