Washington.- Guantánamo, el control de armas, ahora Siria: la realidad le ha vuelto a jugar una mala pasada a Barack Obama. El presidente volvió a suponer de forma errónea que la indignación moral desembocaría automáticamente en actos concretos, ya sean políticos o, como en este caso, militares. Obama se vio esta vez más aislado que nunca durante su presidencia. A nivel mundial tiene un solo aliado dispuesto a seguirlo por la vía militar, Francia, y en su casa un creciente malestar por la posible intervención en Siria.

Así las cosas, Obama se vio obligado a rectificar el sábado: el ataque a Siria que parecía seguro hace unos días tendrá lugar más adelante, anunció. O quizá nunca. Y no va a ser el "comandante en jefe" el que tome la decisión, sino el Congreso. Medios y analistas coincidían en una cosa ayer: con este paso, Obama arriesga bastante. Buscar el apoyo del Congreso en la cuestión siria es "uno de los desafíos más grandes de su presidencia", valoró el "New York Times". "Obama se somete al veredicto de los republicanos en la Cámara, cuya mayoría siempre se oponen a él y no ven a la guerra civil siria como amenaza para EEUU".

El consuelo de Obama: ninguna de las vías posibles era una buena alternativa. Una retirada total, la renuncia a la intervención, habría sido una gran pérdida de credibilidad. Y un ataque militar en solitario, sin apoyo del Congreso, habría convertido sus últimos tres años de presidencia en un infierno.