Hace pocos días se difundió el video del primer ministro de Noruega vestido de taxista para sondear opiniones sobre su gobierno. Lo hizo con intenciones electorales, pero su estrategia es tan sorprendente como sensata: en Las mil y una noches, sultanes y califas suelen disfrazarse de comerciantes y de gente común para palpar la realidad del mundo que gobiernan pero cuyos problemas desconocen. De eso tienen conciencia los personajes de Príncipe y mendigo, de Mark Twain, que intercambian roles y asumen cada uno la realidad del otro.

En Tucumán hubo en los 90 un director de Tránsito, Nelson Rébora, que salía en su auto particular a revisar qué pasaba en las calles, más allá de lo que le decían sus agentes municipales.

Una lectora, Beatriz Naval de Valdez (carta "Derechos y deberes", del 28/8), les pide a los funcionarios que salgan a la calle con el ciudadano. Que vean los basurales, que hagan las colas para hacer trámites. Que sepan qué pasa.

No ha de ser tan difícil. Pedro el Grande de Rusia solía mezclarse entre la gente, con la idea de ser "un alumno en busca de maestro" y hacía trabajos manuales. Y cuando era descubierto (era demasiado grande: medía 2,04 metros) se definía: "soy zar pero tengo las manos llenas de callos".