Hay cuentos que nacieron para aleccionar de la manera más certera y brutal. Cuentos que casi siempre terminan en tragedia y que dejan un gusto a tumba en la boca. Cuentos para niños que, en realidad, aterran. A esa clase de cuentos -aunque cueste creerlo-, pertenece "Caperucita roja".
Concebida en la oscuridad del Medioevo y transmitida de manera oral durante varias generaciones, la historia de la cándida niña que desobedece a su madre y termina devorada por un lobo, fue recogida por el francés Charles Perrault, quien en 1697 la incluyó en su libro "Cuentos de antaño". El escritor había escuchado la historia de boca de la niñera de su hijo, pero a la hora de convertirla en cuento, decidió suprimir algunas escenas que resultaban poco apropiadas para los salones de la corte de Versalles. Una de ellas, tenía que ver con el canibalismo.
A pesar de estas omisiones pudorosas, el cuento sigue conservando buena parte de su crueldad original y termina cuando el lobo devora tranquilamente a la niña. Curiosamente es el único de los cuentos de Perrault que acaba mal. Y acaba mal porque intenta dejarnos una lección. "¡No te detengas a hablar con extraños!", es el mensaje más evidente de este cuento que es casi una fábula. Una aterradora fábula, por cierto.
Veamos. En rigor, "Caperucita roja" pertenece a esa serie de relatos destinados a instruir a las chicas que comienzan a dejar la seguridad del hogar. En principio, ella es una buena chica, pero cuando esa bondad degenera en estupidez (o ingenuidad), el desastre se avecina. En el cuento de Perrault Caperucita es castigada, no sólo porque se deja tentar, sino porque confunde al malvado lobo con un buen amigo, y precisamente esa confusión entre el bien y el mal la llevará a la perdición. Algo similar le sucede también al cándido muñeco de madera Pinocho, aunque eso es harina de otro costal.
En el cine
Volviendo a nuestra historia, tal vez sea esta crueldad -que atraviesa todo el cuento- la que frenó, durante mucho tiempo, la llegada de "Caperucita roja" a Hollywood. De hecho, Walt Disney jamás quiso filmarla. Y salvo la comedia animada "La verdadera historia de Caperucita roja" -una patética parodia para chicos que convierte a la pequeña heroína en una suerte de agente secreto- no existen filmes que muestren la trama original que aterró a los niños en la antigüedad. La excepción vino el 11 de marzo de 2011, cuando se estrenó en todo el mundo "La chica de la capa roja". La película -destinada claramente al mundo adolescente que ya había caído rendido a los pies de "Crepúsculo"-, estaba protagonizada por Amanda Seyfried en el rol de una joven que se debate entre dos amores. La producción (que desborda erotismo y suspenso) sólo tiene algunas conexiones con el cuento de Perrault.
El aporte cándido
Como pasó también con otros cuentos de hadas, "Caperucita roja" también sufrió alteraciones a manos de los hermanos Jabob y Wilhelm Grimm, quienes adaptaron la historia de Perrault y la publicaron en 1812. Pero lo extraño en esta oportunidad no está en el hecho de que los hermanos Grimm hayan modificado el relato original, lo asombroso es que para hacerlo se hayan basado en una oscura obra de Ludwig Tieck llamada "Vida y muerte de la pequeña Caperucita roja". Esta tragedia incluye la presencia del leñador, ausente en el cuento original.
Tal vez para no ahuyentar a los temerosos padres de inicios del siglo XIX, los hermanos Grimm eliminaron de cuajo todos los elementos eróticos del cuento y plantaron un final feliz de lo más conveniente: se salvan absolutamente todos, salvo el lobo, claro; cuyas entrañas son abiertas por el hábil leñador, devolviendo a la abuela y a su nieta a la rutina diaria.
Claro que el cuento original -ese que escuchó Perrault una noche a escondidas, en la habitación de su hijo-, es muy diferente. Aquella historia primordial tiene un marcado simbolismo medieval y, por consiguiente, una crueldad que seguramente debe haberse gravado a fuego en las mentes de los infantes de aquella época.
El argumento es harto conocido: una niña recibe el encargo de su madre de llevarle comida a su abuela enferma. Y, para eso, debe atravesar un bosque oscuro y peligroso (como Dante en la "Divina comedia"). Su madre, reticente aún de enviarla, le advierte: "¡no converses con extraños!". Pero la niña, ingenua y despreocupada, ignora esas advertencias y se dedica a juntar flores mientras va atravesando el bosque. De pronto, se encuentra con un lobo quien usa sus artimañas para ganarse la confianza de la niña. Así, le indica un camino -que resulta ser el más largo- para llegar sin problemas a su destino, mientras él toma -por supuesto- el más corto. Así, el lobo hambriento, sorprende a la abuela, la devora y prepara un banquete hecho con la carne y la sangre de la anciana. Luego, se coloca sus ropas y, cuando Caperucita llega a la cabaña, se hace pasar por su abuela. La invita a cenar y, después que la niña devoró todo el siniestro menú, le pide que se acueste con él en la cama. Finalmente, sin piedad, se la devora rápida y certeramente.
Hasta aquí, el cuento que aterró al hijo de Perrault. Los hermanos Grimm, en cambio, salvan a la protagonista, y para hacerlo toman prestada una escena de otro cuento ("Los siete cabritillos"): un cazador ve al lobo dormido tras la abundante comida, le abre la barriga y de allí surgen, vivitas y coleando, Caperucita y su abuela. Luego, entre todos, le llenan al lobo la barriga con piedras y se la cosen. Al despertar, el lobo sediento por una digestión tan pesada se agacha para beber agua, cae al río y se ahoga.
La iniciación
¿Qué mensaje encierra esta cruda historia? ¿Qué aprendían de ella los chicos de la antigüedad". Según J.R. R Tolkien, autor de "El señor de los anillos", este morir y renacer de Caperucita nos habla sobre una costumbre tribal muy antigua: el rito de iniciación.
Caperucita en el bosque, en la casa y en el estómago del lobo, son símbolos de las tres fases de la iniciación a la adultez; por la cual una niña abandona su casa -madre, comunidad-, recorre un terreno salvaje -el bosque-, se enfrenta con lo más siniestro del corazón humano -canibalismo- y derrota al peor de los enemigos en el vientre del lobo -la muerte-. Pero el cuento también simboliza el despertar de la sexualidad. La vestimenta roja, de hecho, atestigua los inicios de la madurez sexual. Una madurez que queda expuesta en la película "La chica de la capa roja", salvo que en lugar del lobo aparece un joven licántropo que vuelve loca de amor a la jovencita. Cosas de nuestro tiempo...
Perrault, el cuentero ilustrado de París
Difícilmente los cuentos de "Caperucita roja" y "El gato con botas" no hayan formado parte de tu infancia, porque desde hace más de cinco siglos estos relatos han pasado a ser parte de la enseñanza sistematizada de padres, abuelos, tíos y hermanos mayores. A la hora de contar una historia, siempre estaban a mano estos relatos. Estas, como muchas otros cuentos ya clásicas, fueron fruto de la tradición oral que los hizo perdurar en el tiempo. Sin embargo, fue el escritor francés Charles Perrault el que les dio una entidad literaria y las orientó hacia el público infantil al suprimir lo más escabroso del cuento oral, además de añadirle una serie de metáforas y enseñanzas.
Perrault nació un 12 de enero de 1628 en París, en el seno de una familia perteneciente a la burguesía acomodada. Aunque no había llegado solo a este mundo, sino junto a su gemelo François. La holgada situación económica de su familia le permitió educarse en las mejores instituciones de la época. Estudió derecho y desde temprana edad dejó asomar su especial inclinación hacia las letras.
Su actividad como autor la complemento con una actividad como funcionario del gobierno. Participó de la creación de la Academia de Ciencia, en la restauración de la Academia de Pintura y su cercanía con la monarquía le sirvió para llevar una existencia en la que no le faltó nada, ni a él ni a su familia. En 1697, Perrault retomó la tradición del cuento sobre "Caperucita roja" y lo incorporó a un volumen de cuentos que se publicó ese mismo año. Estuvo casado con Marie Guichon con la cual tuvo varios descendientes.
El 19 de mayo 1703, a los 75 años de edad, Perrault falleció en París, la misma ciudad que lo vio nacer y en la que concibió todos sus maravillosos cuentos para los mas chicos.