Lo que más rescato de aquellos años es la participación. A causa de todo lo que significó el golpe, había mucho prejuicio respecto de esta experiencia política. Éramos un grupo de activistas que consiguió retomar todas las formas de representación estudiantil. Pero no fue fácil. En esa época, ser de izquierda era mucho más complejo que ahora. Definirse como "de izquierda" era una tarea difícil. No sólo debido a la relación con los organismos del Estado, todavía a manos de los militares; también se luchaba mucho contra los prejuicios de la gente. Era muy estigmatizado reconocerse como de la izquierda. Había muchísimo debate, se discutía mucho. Si bien nos teníamos un poco de miedo unos a otros, lo que más había era lucha ideológica. Como había muchas actividades que no se podían hacer, se discutía mucho sobre ideología. Era una lucha de principios. Cuando nosotros participamos en esas elecciones sabíamos que no íbamos a ganar, pero teníamos el incentivo de dar lucha política a otras fuerzas y de posicionarnos. Hoy, en cambio, no veo tanta militancia, son conchabos. Aquello era todo a pulmón; imprimíamos los volantes en mimeógrafos durante noches enteras para poder repartirlos al día siguiente. Estábamos muy esperanzados. Una gran satisfacción que tengo en la actualidad es ver que mi hijo (León Torrente) es actualmente consejero en Filosofía. Me he sentido completamente reivindicado.
"Ser de izquierda era complejo"