Vivimos una primera etapa universitaria (1981) como lo habíamos hecho en la secundaria: en una cúpula de desconcientización política. Nuestro primer golpe de realidad fue Malvinas. Nos encontrábamos en el bar, afligidos porque algo debíamos hacer y no sabíamos muy bien qué. La guerra nos hizo mirar más allá de la cotidianidad. Luego vivimos más intensamente todo el proceso posterior. Hasta ese momento, tomaban la decisión por vos; ahora la construís vos. Eso fue maravilloso. Nuestra emergencia de querer participar ya estaba diciendo que la maquinaria de la participación se había puesto en marcha. Alejandro Auat me invitó a postularme como secretario de cultura del Cuefyl. Acepté porque sedujo mi narcisismo intelectual; no tenía consciencia política, sino que la fui adquiriendo con la experiencia. En aquel momento representábamos el socialcristianismo; tomé distancia de eso: hoy trabajo con la agrupación Darío Santillán. Por entonces era un burguesito intelectualoide que iba adquiriendo conscientización. Tuve colegas brillantes: Catalina Hynes, Bernardo Beltrán, Auat. Y había compañeros de militancia de otras fuerzas que tenían formación. Me sorprendía su dominio del instrumento de lectura y de interpretación ideológica, sobre todo en la izquierda. Estábamos tomando consciencia de que el activismo pasaba por el desarrollo de una capacidad de lectura y de interpretación crítica de la realidad; la formación era necesaria.