BUENOS AIRES.- Alejandro Katz acaba de regalarnos una vívida pintura del kirchnerismo. En momentos en que las palabras han perdido todo engarce con la realidad y en que en el terreno de la política se carece de un idioma común, Katz propone en "El simulacro" (Editorial Planeta) un reencuentro con la crítica en su versión kantiana.

El ensayo de Katz no puede ser más oportuno porque le pone letra a una música que acaba de sonar en las urnas, con una contundencia que nadie niega y anuncia el inminente fin del simulacro kirchnerista. Porque de eso se trata. ¿Cómo es posible que este discurso vacío, sin sustancia ni contenido -bullshit, para los angloparlantes- haya podido persuadir a tanta gente? La respuesta que ofrece Katz es que en tiempo que las identidades partidarias y las adhesiones ideológicas son frágiles y las personas actúan más como consumidores que como ciudadanos, el voto se decide, mayoritariamente, según como vaya la economía. El libro de Katz había sido publicado antes de conocerse el sorprendente resultado que han arrojado las PASO. Esa circunstancia permite ahora, a la luz de la contundencia de las cifras, preguntarse si es tan mecánica la relación que se ha establecido entre "el ciclo electoral" y el "ciclo político". No hay duda que cuando la economía va mal, los ciudadanos golpean en el trasero de los gobiernos. Pero, en el caso de la Argentina llama la atención que un cambio tan espectacular en las preferencias de los votantes haya tenido lugar sin que las economías particulares estuviesen radicalmente afectadas.

Que en el inconmensurable Conurbano bonaerense, en sólo cuarenta días, haya surgido una caudalosa fuerza política renovadora, que ofrece terminar con la crispación, garantizar una mayor seguridad, poner el acento en la gestión y ordenar la economía, revela no sólo la notable volatilidad de los electores. Indica también la presencia de una cierta sensibilidad democrática que ha permitido que muchos ciudadanos comenzaran a registrar una desviación autoritaria que veían nítidamente reflejada en el espejo venezolano. Es como si tres cuarta parte de los votantes se hubieran puesto de acuerdo en que hacia esa dirección no querían seguir transitando. Sin embargo, no habría que caer en el error de simplificar la complejidad de la posdemocracia. Indudablemente, se ha acabado la era de las retóricas inconducentes y de las religiones políticas. La visión bélica de la política ha sido arrasada por un tsunami en la Argentina. Aún, falta indagar en las causas profundas que han permitido que, luego de experiencias tan traumáticas como la guerra de las Malvinas y el terrorismo de Estado, se estuviera tan cerca de recaer en un nuevo autoritarismo. Urge, entonces, una crítica exhaustiva a la fragilidad del sistema institucional presidencialista, tan proclive a facilitar el surgimiento constante de liderazgos mesiánicos.