BUENOS AIRES,.- El desastre ha sido monumental. Aquí no se habla del voto sopapo surgido de las PASO, la gran encuesta nacional del domingo pasado que hundió al kirchnerismo en números de terror, una circunstancia por la que ya transitó en 2009 y de la que se sobrepuso holgadamente, sino de la forma en que desde adentro del poder se agrandó el problema. Negándolo en primera instancia y desafiando luego, con mucha soberbia, la lógica democrática y la capacidad intelectual de las personas.
Las tensiones y explosiones de Cristina Fernández en estos días sólo sirvieron para ocultar los desubicados festejos de algunos ministros y funcionarios que celebraron la derrota saltando y cantando y la pobreza intelectual de otros que dijeron que el resultado no debía importar, todos personajes de cuarto escalón que, por acción u omisión, la han dejado literalmente sola.
Sin embargo, el hecho de que la Presidenta sea el único fusible de sí misma es algo inherente a su propio estilo de Gobierno, a la centralización de las decisiones, al miedo que les supo infundir a los de abajo. El efecto sumisión se ha vuelto en contra, en este caso de su sensatez política, como tantas otras cosas que, por estos días, desde el amor al poder hasta los desequilibrios emocionales, han sido opinadas por médicos y sicólogos.
La gran duda a despejar con estos resultados primarios es si se le adelantaron los tiempos o si fue ella quien se los adelantó a sí misma con la defensa a ultranza de la infalibilidad del modelo. En primera instancia, con el orgullo obnubilado, Cristina anticipó que seguirá en sus trece sin hacer ninguna otra cosa de fondo que presuntamente la beneficie, sobre todo en cuestiones económicas. Los más acérrimos leales dicen que, como virtud, va a morir con las botas puestas. En tanto, los opositores más extremos afirman que está buscando una excusa para irse.
Ya el domingo por la noche, en un discurso muy errático que algún pudor habrá generado puertas adentro de Palacio ya que ni siquiera se ha publicado ni han quedado registros fotográficos en la Web oficial, la Presidenta no sólo felicitó a los perdedores, sino que dijo que iba a seguir trabajando "por este modelo que transformó al país".
Y lo mismo ratificó con más enjundia de atril en Tecnópolis, cuando señaló que la oposición (incluida la peronista) quiere "volver a una Argentina que ya pasó", mientras que colocó al kirchnerismo en un pedestal, porque "estamos convencidos… que el futuro somos nosotros, porque para tener futuro tenemos que profundizar estas políticas", dijo.
Según ha dicho Daniel Scioli en un reportaje en el diario "Clarín", al intendente de Tigre se le endilga haber participado en el encuentro empresario del Consejo Interamericano de Comercio y Producción (Cicyp), que preside Eduardo Eurnekian, en el hotel Alvear. "Allí se habló del sistema previsional y de la toma de crédito externo. Es necesario que esos sectores no les den letra a candidatos que la transmitan indirectamente", blanqueó el gobernador.
Ese encuentro es el que le habría dado a la Presidenta la idea de hablar de "titulares y suplentes", cuando acusó a la oposición (a Massa en realidad) de ser meros portavoces de las corporaciones: "Quiero a los titulares para discutir, los suplentes no me sirven. Yo no soy suplente de nadie, soy Presidenta de los 40 millones de argentinos y quiero discutir con la UIA, con los bancos, con los compañeros de los sindicatos, con los verdaderos actores económicos. Esto no es un partido para suplentes, es un partido para titulares de intereses y representaciones", vociferó Cristina.
Lo que Cristina llamó sentarse "en la mesa con los verdaderos dueños de la pelota a discutirla, no con los que aparecen" para dar un "debate", parece ser, así planteada, una cosa muy rebuscada desde el cruce de conceptos, ya que la pretendida porfía se va finalmente a dar con aquellas entidades también corporativas (cámaras empresarias, la CGT oficial) que están más cerca del Gobierno, a las que a la vez ella acusó públicamente de haber usado a los políticos en su contra.
O bien la Presidenta se equivoca de corporaciones o no se anima a enfrentarse dialécticamente con las que realmente acusa o, finalmente, lo que pretende hacer es un show frente a quienes ella supone que le van a dar la razón. Fue patético en Tecnópolis que, mientras la Presidenta los castigaba, muchos empresarios aplaudían, mientras algunos gobernadores perdidosos, todavía con algo de vergüenza, se hacían chiquitos en sus sillas.
Desde lo electoral más simple, el kirchnerismo pasó de aquel mítico 54% presidencial y ser el campeón de la democracia y el progresismo, a perder estas primarias y dejar afuera a los demás partidos políticos y al campo y darle lugar a las corporaciones. Este lunar, que puede tener como fundamento la rabia presidencial o la impotencia por no saber cómo reformular la situación, no repite en principio el papelón extremo de 2009, cuando la Presidenta llamó a un diálogo que naufragó después de la derrota que sufrió el kirchnerismo como consecuencia de la crisis del campo, en aquellas elecciones legislativas de medio término.
En esa oportunidad, la convocatoria sí incluyó a los partidos políticos, quienes se sentaron para la foto, salvo Elisa Carrió, mientras que esta vez la palabra "diálogo", que sugiere intercambio y que ni siquiera fue pronunciada en el discurso, fue reemplazada por las más belicosas "debate" o "discusión", que sugieren un ganador y un perdedor, a tono con la lógica kirchnerista. La naturaleza K no podría aceptar jamás, que a alguien se le ocurriese decir que el concepto de diálogo es el emblema del Papa, repiqueteo que se escuchó siempre en la boca de Jorge Bergoglio.
En materia electoral, para Cristina no hay más remedio que pensar en octubre, porque el Gobierno perdió en todos lados, porque donde ganó, también perdió. Y por eso los gobernadores pretenden desnacionalizar las verdaderas elecciones legislativas. No quieren saber nada de compartir una tribuna con alguno de los impresentables que pudieren llegar desde Buenos Aires. No se animan aún del todo, pero en algún momento le van a pedir a la Presidenta que ni se aparezca por sus comarcas.
Con los amanuenses del poder bastante confundidos, aunque necesitados de defender sueldos nada despreciables, con los jefes territoriales de la provincia de Buenos Aires en sus propias picardías, con los gobernadores erizados y con las arcas del Estado exhaustas, la Presidenta ha decidido jugársela a hacer más de lo mismo en materia económica o si se propone cambiar algo, que sea mínimo para que no se note el paso dado para atrás.
Alguna variante de autocrítica pareció querer deslizar cuando dijo que "cuando tomás una medida en la economía eso termina repercutiendo en todos los sectores económicos y muchas veces las buenas intenciones terminan en horribles resultados".
Si bien, la mención tendería a reconocer muchos de los desaguisados que se hicieron sin tener conciencia del efecto dominó, la Presidenta sorprendió cuando cerró la frase con un enigma: "Es más, como decía mi abuela, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. La verdad que yo tampoco creo demasiado que haya buenas intenciones. Sinceramente, sería mentirosa si lo dijera".
No resulta raro el desconcierto presidencial porque, desde lo técnico, el Gobierno sigue enlazado en su propia trampa: se ha quedado sin margen cambiario y fiscal, no sólo ya casi no tiene más dólares ni pesos genuinos que alcancen para tapar los agujeros, ni mucho menos capacidad de endeudamiento (ni siquiera con los narcolavadores), sino que cada medida que tomó de modo aislado terminó agravando los problemas. Tuvo que imponer el cepo cambiario, dosificar el pago de importaciones, emitir cada vez más pesos y redoblar la presión impositiva hasta la locura de afectar el salario.
El domingo pasado, el famoso modelo de consumo inducido y de matriz productiva diversificada terminó de deshilacharse por sus propias fallas de concepción y quedó en terapia intensiva básicamente por el pecado capital de la inflación consentida que, aunque el INDEC la esconda, ya destruyó todos los equilibrios del sistema. Esta columna describió la grave situación de la economía hace una semana, antes de conocerse los resultados. Ahora, setenta días hacia adelante parece poco tiempo para convencer a la gente que, ante recetas similares, los resultados van a ser diferentes.