"Me engendraste hombre de pleitos para todo el país"; es la queja atribulada, pero no amarga, sino filial, del Profeta Jeremías al Señor. Su vida entera fue un sufrimiento porque cuanto tenía que decir a los jefes del pueblo, y al pueblo mismo, no era grato a sus oídos. Por su gusto no hubiera hecho nada, pero Dios le destinó a remover la fe, a despertar las conciencias, a exhortar al arrepentimiento y enmienda en la vida de Israel. Sus palabras, que eran de Dios, curaban al corazón humilde, pero irritaban al orgulloso. La figura del Profeta que sufre por cumplir la voluntad de Dios es precursora de Cristo.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice unas palabras que han de ser bien entendidas: "¿Pensáis que he venido a traer al mundo la paz? No, sino la división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres". Sabemos que, por otra parte, el Señor vino a traer una paz que no es de este mundo y que pidió la unidad de los fieles en la última Cena. Cristo es paz y es unión para los cristianos que creen, esperan y aman. Pero la presencia de cristianos en el mundo, en la medida en que sean sal y luz, siempre ha producido una reacción contraria -más o menos velada, más o menos intensa- que forma parte de ese proceso curativo. También el alcohol hace doler la herida, pero desinfecta. La conducta sinceramente cristiana -sin componendas con el error en materia de doctrina o costumbres-, sin ser de suyo agresiva, es como una bofetada moral para la conciencia comprometida con el pecado que no quisiera ver delante a Cristo, presente en los cristianos.

"Una nube ingente de espectadores nos rodea; por tanto, quitémonos lo que estorba y el pecado que nos ata, y corramos la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la Cruz, sin miedo a la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del Padre". Hemos de comprender a todos los hombres y querer con el corazón de Cristo, pero querer ganar a toda costa la simpatía de todos es siempre disponerse a ser, en algún momento, traidor a la fe o a la moral cristianas.

Reflexionemos

La paciencia nos llevará a no cejar nunca en el empeño apostólico de hacer que la Verdad ilumine a todas las inteligencias, que el Amor encienda todos los corazones, que la ley de Dios se refleje en las estructuras temporales. Pero siempre hemos de estar más pendientes del juicio de Dios, el único verdadero y decisivo, que no del juicio de los hombres.