¿Qué fue exactamente lo que pasó el domingo? ¿Será posible explicarlo? ¿Por qué el alperovichismo perdió 92.000 votos en comparación con las PASO de 2011? ¿Por qué la UCR, encarnada ahora en la figura del senador José Cano, logró sumar 44.000 votos más de los 139.000 que cosechó dos años atrás? ¿Qué fue lo que hizo renacer de las cenizas a la desnutrida y moribunda Fuerza Republicana para que lograra obtener 58.000 votos más que en 2011, cuando apenas había cosechado 12.000 voluntades? Aunque a priori parezca una empresa difícil, las respuestas podrían estar a la vuelta de la esquina.
Pero antes de avanzar con los interrogantes es necesario arribar a un determinismo para nada caprichoso: el alperovichismo se desangra en votos y, al paso que va, llegaría a 2015 con menos gamma globulina que un enfermo terminal con inmunodeficiencia. Pero también hay que señalar que esa sangría de votos perdidos no fue a parar al éter ni tampoco al mundo pensado por Platón donde habitan las ideas. Los votos que el alperovichismo perdió fueron recogidos por la UCR y por Fuerza Republicana, como jirones de un acelerado desmembramiento.
El domingo, el aparato oficialista funcionó a pleno: flotas de taxis rentados invadieron las calles y una lluvia de 300.000 bolsones inundó toda la capital. ¿Pero como se explica, entonces, que Cano haya salido victorioso en circuitos electorales donde el oficialismo otorga posgrados de clientelismo? Según interpretan en el peronismo, la gente que es trasladada al lugar de votación, generalmente lo hace por influencia de su referente barrial, que es con quien tiene el trato cara a cara y lo une un subdesarrollado vínculo de vasallaje. Si ese referente de un determinado circuito electoral -según lo explican- no aparece en la lista, el cliente se siente con la libertad de sufragar por quien le plazca. Y eso fue lo que pasó. Muchos de esos habitantes de los barrios de la periferia decidieron regalarle el voto a Cano y no dárselo a un inalcanzable y aburguesado Juan Manzur, al que sólo pueden verlo por televisión. En definitiva, el gigantesco aparato oficialista fue puesto -inocentemente- al servicio del voto antiperonista. No obstante, hubo diferencias entre los pejotistas. En los circuitos de la periferia donde reinan el amayismo y el alperovichismo, Manzur venció en una relación de tres a uno. No ocurrió lo mismo en barrios cercanos al centro. Allí la paliza fue tremenda.
El caso Bussi también es susceptible de ser analizado. Muchos peronistas coinciden en que el hijo del represor fue el receptor del voto antialperovichista por un lado, y del voto anticristinista, por el otro. En el primer caso, por la errada política de seguridad, convertida en un potro -un camello, tal vez- que el gobernador aún no logró domar. "La gente se cansó de tanto cordón cuneta y grifos con agua limpita. La gente quiere que no le maten a un hijo en la puerta de su casa", razona un amayista. Alperovich intentó forjar una imagen de un duro que le daría pelea a la inseguridad. Pero en los hechos, esa gestión fue una puesta en escena durante los últimos 10 años. Un gran teatro. Los electores se dieron cuenta de esa pantomima.
Otros peronistas más analíticos aseguran que Ricardito fue más hábil a la hora de bajar su mensaje al electorado. Fue el único que se diferenció con un fuerte discurso anti K. Porque mientras Cano le pegaba al titular del PE provincial, Bussi castigaba a la mandataria nacional. Tampoco hay que olvidarse que la gran vedette de estos comicios fueron los pocos votos en blanco emitidos. El domingo se registraron 13.000 sufragios, contra los 80.000 emitidos en 2011. En esa sopa electoral, Bussi y Cano también mojaron el pan.