Si Tucumán fue una de las provincias donde el Frente para la Victoria tuvo porcentajes de votos más altos; si el alperovichismo tuvo la diferencia que hace falta para retener las tres bancas en juego; si Juan Manzur le sacó a Cano un 17,6%, ¿por qué Alperovich no dio la cara? Pese a que plebiscitó su gestión y se puso al frente de la campaña anoche eligió desaparecer. ¿Por qué no había rostros exultantes? ¿Por qué no hubo abrazos y sí reclamos para el intendente Domingo Amaya? Los esfuerzos para disimular de Manzur y de Osvaldo Jaldo no fueron suficientes. Ayer el alperovichismo recibió un llamado de atención.
La ciudadanía no sólo se hizo eco del desgaste de una década de gestión. Rechazó que un candidato sea prácticamente virtual. Se quejó  de que casos como el de Lebbos sigan impunes. Seguramente alguien se ofendió por la foto del camello. Era obvio que si el amayismo no estaba en la lista los rendimientos en las urnas podían variar. Las descriptas son sólo postales de los últimos días, pero Alperovich no sólo hizo una lista floja sino que hasta él mismo se subió y se bajó de la nómina y después estando fuera de la nómina, actuó como candidato.
Por eso y otras cosas más los resultados no fueron los esperados. Los alperovichistas querían un 50% y añoraban pasar la barrera de los 400.000 votos. No sucedió. Tienen dos meses para revertir esta tendencia de pérdida de votos. Las PASO enseñaron que las generales acentúan los resultados de las primarias, no los cambian.
El radical Cano, en tanto, se salió con la suya. Impuso su lista completa, pensaba sacar 170.000 votos y obtuvo 30.000 más. La sorpresa fue que el bussismo siga latiendo y obtuvo casi 70.000 sufragios. El alperovichismo creyó que esos votos se los quitaría al radicalismo y se los robó al oficialismo. Aunque Alperovich subestima los análisis no puede dejar de escuchar que el pueblo le hizo una advertencia.