José Alperovich perdió. Porque aunque ganó otra vez en las urnas, la de ayer igualó su peor elección desde que asumió en la provincia, la de 2009. Perdió, porque escogió mal desde el momento mismo en que diseñó una lista de postulantes endeble, sin consistencia. Y en política, cada decisión equivocada supone un castigo. Y aunque digan que venció, ayer perdió, por eso anoche no le puso la cara a la derrota en un Salón Blanco mal acostumbrado a las sonrisas.

La lectura más simple del mensaje electoral de ayer permite suponer que el alperovichismo retrocedió porque el amayismo, relegado del armado oficialista, no se puso el overol en la capital. En realidad, el trasfondo de la perfomance oficialista es mucho más complejo, y obedece a una serie de factores que Alperovich deberá atender si quiere sortear los tironeos que se le vendrán durante los dos años que le restan de mandato. Si el mandatario se cierra en que el voto castigo de la sociedad tucumana apuntó solamente a la Rosada, se equivocará otra vez. La pelea "simil barrabravas" entre sus dirigentes y La Bancaria, el caso impune de Paulina Lebbos, las obscenas imágenes de los paseos en camello y errores garrafales en la lectura política de la realidad se combinaron para darle ayer una señal de alerta como nunca antes tuvo.

Ayer Alperovich puso todo el aparato y los recursos y, aún así, no pudo sostener con holgura su liderazgo ni, fundamentalmente, instalar como el sucesor natural al millonario Juan Manzur. Ese era principalmente su objetivo en estas PASO. Demostrar que su dedo aún tenía el peso suficiente para digitar los destinos de la provincia y así desalentar las ansias separatistas en buena parte de la dirigencia peronista. Por eso apostó a arrasar con lo que se le pusiera enfrente. Pero logró todo lo contrario. El amayismo, convidado de piedra en esta elección, se podrá jactar con cierta lógica de que, sin ellos, el oficialismo se queda rengo en el principal distrito electoral provincial. Ergo, para 2015 sí o sí deberían ser parte de la mesa de discusión por la sucesión en la Casa de Gobierno. De lo contrario, el peronismo corre el riesgo de dejar el poder después de 15 años. Esa es, básicamente, la apuesta del propio Domingo Amaya: el intendente no quiere pelear con Alperovich, busca que este lo reconozca y lo catapulte como su reemplazante.

"A mí me conviene que Cano salga", se vanaglorió entre los suyos Alperovich cuando, de tanto desafiar, consiguió que el senador radical lanzara su postulación. Anoche, antes de dormir, seguramente habrá razonado que ocurrió otra cosa. Porque el opositor, ya convertido en un dolor de cabeza personal para el ministro Manzur, capitalizó toda la bronca ciudadana y, fundamentalmente, aprovechó el desencanto de muchos dirigentes oficialistas que se volcaron a él. El radical, que ya se anotó en la carrera por la Gobernación, se consolidó como el único opositor en condiciones de asustar al alperovichismo. La ventaja con la que cuenta Cano es que aún no tiene techo, en cambio Manzur, sin el amayismo ni los díscolos peronistas, parece haber dado todo de sí ayer.

En Casa de Gobierno, anoche, se consolaban con haberle ganado a Cano en la capital, "sin el amayismo". ¿Cómo? Mano a mano, la lista de Manzur obtuvo más votos que la nómina del radical. Es cierto, pero no deja de ser una lectura parcializada de la realidad. Alperovich podrá decir que le ofrendó a Cristina otra victoria contundente. También es cierto; pero a él, en su lucha por extender el poder más allá de la frontera de 2015, de poco le sirve. Por lo menos hasta octubre, el mandamás local no puede darse el lujo de desairar más al peronismo. Porque con el aparato, ayer, le alcanzó. Pero no le sobró nada. Y perdió.