"Mi madre me decía Marita de chica, pero nunca me gustó. Aggy es un apodo de la facultad; así me dicen los amigos", explica María de los Ángeles Fuensalida, maquillada e impecable, mientras se saca los auriculares y se aleja de la PC. Aggy no ve, pero los ojos grises le brillan por lo mucho que ella percibe y da, desde su alma transparente y su férrea voluntad. A los 29 años, por fin ha conseguido un trabajo estable. Desde abril es operadora en la central telefónica de Tribunales.
Desde la escuela inicial su familia peregrinó por los jardines. "En las escuelas parroquiales no me querían aceptar; pero no me discriminaban los chicos sino los grandes", recuerda. Aggy pasó por varios colegios y hasta casi fue abanderada. Luego vinieron la Unsta, la abogacía, el posgrado en Mediación y los cursos de especialización. Fueron cinco años clavados, con diploma al mejor promedio en Derecho (8,01). Además probó su facilidad para los idiomas estudiando idioma alemán.
"Desde que me recibí me dediqué a buscar trabajo y a darme con la dura realidad. Presentaba CV en empresas privadas y públicas, y no había forma. Es que te ven con el bastón y te dicen: '¿sabés qué? Después te llamamos'. Como abogada llevé casos que nunca llegaban a juicio porque los clientes desistían. Era ayudante en Derecho Romano y cantaba en un coro", rememora.
Entonces salió el concurso para inscripción en el Poder Judicial y Aggy se presentó, en medio del desaliento que le provocaba que las oficinas públicas estuvieran llenas de empleados que no hacían nada, mientras a ella le decían que no había vacantes. La llamaron a rendir un año después que a los videntes, en 2012, dactilografía, ortografía, conocimientos teóricos jurídicos e informática. "Desde el 4 de abril firmo planilla. Me gusta el trabajo; es tranquilo. Mis compañeros me ayudaron desde el principio. Lo primero fue aprender los números internos, unos 3.000. Tenés que memorizarlos porque la gente te los pide; a veces podés chequear y a veces no. Tengo mi ayuda memoria, mi celular", confiesa.
Siempre en la música
Vive con sus padres y dos hermanos menores. "Sí, estoy de novia -dice, pícara-. Son cuatro años y tres meses con Francisco. Nos conocimos en un coro". Mucho antes, la niña Aggy cantaba zambas y chacareras. "Un día quisieron imponerme un repertorio, y dije no más. Pero los coros son mi refugio: empecé en el Coro Municipal de Niños a los 10 años, como mezzo. Luego pasé al Coro de Jóvenes", recuerda. Aggy y su hermano estudiaron un tiempo por el Conservatorio. "Me aburría", dice. "En 2004 mi mamá ve un aviso de audiciones en la Escuela de Música para el Coro de Cámara. Audicioné con Ricardo Steinsleger: allí entré como soprano primera, hasta que se disolvió. Ahora, volví con un proyecto nuevo de Steinsleger", cuenta.
"¿Mis preferidos para cantar? Bach, Haendel, Beethoven, Mozart. Son fáciles de aprender las arias para soprano. Lo que me gusta de cualquier período es que sea música tonal, sin disonancias, o que enriquezcan lo tonal. La música sacra me gusta mucho".
María de los Ángeles se expresa sin inhibiciones sobre su ceguera. "No he sido una persona criada con tabúes -alega-. Conozco mi historia desde el principio, y nunca me ha parecido que sea algo de lo que no haya que hablar. Creo que no hablar de lo que nos pasa a los ciegos ha hecho que la sociedad no nos considere. Por eso está bien que uno cuente su experiencia, porque puede ayudar a otros".
Nació prematura, y un accidente en la incubadora le quemó no sólo la retina sino también parte del cuerpo. "Casi no la cuento. Mis viejos, sobre todo mi mamá, creen que fue un milagro. Me daban pocas horas de vida. Ella fue a la iglesia, y un curita le dio las aguas del socorro, como un bautismo de emergencia. Dicen que desde ese momento empecé a repuntar. Era el padre Aguirre, que después me bautizó en San Gerardo -relata-. No veo. Con el derecho, que tiene la retina flotante, a veces percibo algo de luz".
"Soy creyente. Mi familia, desde que nací, hizo de mí lo que soy, y siguen haciéndolo. A veces rompen un poco los viejos, pero ellos están para marcar. Cuesta hacerles entender que ya está, que ya es suficiente. Especialmente con mi papá, al que le cuesta entender que tengo edad para hacer mi vida. Está en la fase del SNV (síndrome del nido vacío) especialmente conmigo", confiesa.
Una vida tranquila Aggy se quiere casar. "Quiero formar mi familia, quiero seguir trabajando, pero sobre todo el sueño de mi vida ha sido tener hijos y llevar una vida normal. No me desvela tener una profesión súper importante o hacer millones. Sólo quiero tener una vida tranquila, como para poder proyectarnos".
PUNTO DE VISTA
Ocho barreras para el "yo puedo"
Juan Manuel Posse, abogado, asesor legal en materia de discapacidad
El trabajo es una forma de dignificar a la persona, de integrarse a la comunidad, de aportar recursos humanos al sector productivo. Es una forma de desestigmatizar la discapacidad para pasar a valorar lo que se define como capacidad residual, esa potencialidad que aflorará en la medida que la autoestima, la capacitación y las adaptaciones laborales se complementen. De esa manera pueden, con orgullo, sentir y agradecer ese "yo puedo", desde la misma esencia de la persona con discapacidad.
Hay algunos principios importantes en materia de inserción laboral:
1) Estigmatización: se piensa que son impuntuales, conflictivos, improductivos, renegosos, que faltarían, que requieren adecuaciones muy onerosas, etc. Se los prejuzga y de antemano se les coloca el tilde de rechazado, por eso no se los contrata y no se les da ni una oportunidad.
2) Hay poca capacitación de la "capacidad residual" (todo lo que pueden hacer). Por lo tanto las personas con discapacidad tienen que abrirse paso, y no muchas tienen la autonomía suficiente para integrarse a las modalidades convencionales de las capacitaciones. Por ejemplo, una persona ciega muchas veces no se capacita porque dispone de herramientas necesarias, o una persona en silla de ruedas no puede asistir a una capacitación en un piso alto si no hay ascensor.
3) Los padres de las personas discapacitadas tienden a la sobreprotección y eso influye negativamente cuando llega el día en el que tienen que trabajar.
4) Los planes sociales generan un estancamiento en la inserción laboral puesto que son incompatibles, en muchos casos, con el empleo en blanco. En consecuencia, los beneficiarios se quedan con ellos y no van por más.
5) El cupo laboral de la Ley 6.830 es, en los hechos, letra muerta, salvo en contadas excepciones (por ejemplo, el concursamiento en el Poder Judicial de Tucumán). Por lo demás, desde las áreas públicas siempre ponen pretextos (falta de presupuesto, congelamiento de vacantes). En la administración pública centralizada se lleva el mensaje oficial (a través de resoluciones del Ministerio de Desarrollo Social) de que el cupo se encuentra cubierto (de cierta forma contrasta con la realidad de los hechos y el alto número de personas con discapacidad desempleadas).
6) A veces son las mismas personas con discapacidad quienes se autodiscriminan, y piensan que por su sola condición se les debería dar un empleo. Se olvidan de lo más importante, la idoneidad (que se adquiere con la capacitación).
7) Todos los derechos son interdependientes: si no tengo transporte no puedo ir a trabajar, si no tengo acceso a la educación, a la salud, tampoco. En la discapacidad esa es la realidad.
8) Es fundamental el acceso a todos los derechos (educación, salud, vivienda, transporte, espacios públicos, trabajo) como en un rompecabezas en el que se construye la dignidad de la persona.