Se cumple mañana un nuevo aniversario del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki por parte de EEUU. El 6 y el 8 de agosto de 1945 se conoció en el mundo los efectos de la potencialidad nuclear.
Cada vez se afirma de mejor manera que el impresionante y trágico efecto de las bombas de Hiroshima y Nagasaki (6 y 9 de agosto de 1945, respectivamente) era buscado por Estados Unidos como una necesidad, ya que complementaba un muy elaborado y secreto proyecto: el Manhattan, el de la creación del artefacto atómico. La explosión de la primera bomba atómica en el mundo fue la de laboratorio que se realizó el 16 de julio de 1945, en un sitio denominado secretamente como "Trinity", en Nueva México, EEUU.
Era la culminación de un vasto trabajo de científicos, técnicos y militares que se empeñaron en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial en lograr la bomba antes que los alemanes, tal como había advertido Albert Einstein al presidente estadounidense, sobre la enorme potencialidad de la energía nuclear y para crear una bomba de extraordinario poder.
Ese ensayo despertó en los científicos que lo presenciaron en esa madrugada un hondo sentimiento de responsabilidad: "hemos desatado la fuerza del Todopoderoso", tal fue la impresión del responsable científico del proyecto, Julius Robert Openheimer.
Pero hubo una segunda y necesaria etapa. Y agregaríamos sin exagerar nada: ¿Por qué, "necesaria"? Simplemente porque en toda industria -de cualquier especialidad que fuese (medicina, automovilística, de electrónica, etcétera)- luego de la prueba de laboratorio restringida a ese ámbito necesita para corroborar datos recogidos del ensayo y ajustar el proyecto productivo de lo que se denomina propiamente la "prueba de campo". Esto es, probar lo experimentado en laboratorio en la escala de destino del asunto ensayado.
A sólo 10 días del tremendo fogonazo "de 100 soles" de la explosión atómica en "Trinity", sitio de experimentación secreto, Harry Truman, a la sazón presidente de los EEUU que sucedía a Franklin Roosevelt (había fallecido tres meses atrás, el 12 de abril de 1945), es informado del éxito de la prueba de laboratorio.
Y esa información la recibe en Postdam (de la Alemania, ya rendida) reunido con Winston Churchill y José Stalin para establecer cómo se repartirían el país derrotado, nada menos, entre otras medidas de posguerra.
Entre las decisiones se cuela una que fue el "salvavidas" (este columnista se permite esta paradoja) de la industria atómica para la guerra que inició EEUU: Japón, terriblemente incendiada sus ciudades con oleadas de aviones que tenían ese objetivo, estaba a un paso de la derrota final. Sin embargo era -por entonces- la única oportunidad para la prueba de campo. Se redactó un ultimátum exigiendo la incondicional rendición japonesa.
Lo de incondicional no marginaba expresamente al emperador Hirohito, por lo que se estaba seguro desde Potsdam -el presidente Truman- de que no aceptarían. Era un "no" necesario, deseado.
Conclusión: si Japón, que ya estaba en gestiones por intermedio de su canciller Susuki ante Rusia para negociar un cese de hostilidades y terminar la guerra que había hundido dolorosamente a esa nación hubiese aceptado el ultimátum y negociado lo de la "incondicionalidad" (lo que finalmente hizo, después de los bombardeos) las bombas para Hiroshima y Nagasaki hubiesen quedado intactas en los arsenales. O tal vez utilizadas en prueba de campo en Vietnam, o en Corea o más recientemente en Irak.
Los bombardeos atómicos mataron a más de 220.000 japoneses
Después del asombro y el dolor provocado por las gigantescas explosiones, la enorme tragedia se conoció en toda su magnitud. Hacia finales de 1945, las explosiones habían matado a 140.000 personas en Hiroshima y 80.000 en Nagasaki. Sólo la mitad falleció los días de los bombardeos.
Entre las víctimas, alrededor 20% murieron por lesiones o enfermedades atribuidas al envenenamiento por radiación y, desde entonces, cientos de otras personas murieron de leucemia y como consecuencia de distintos cánceres atribuidos a la exposición a la radiación liberada por las explosiones. La mayoría de las víctimas fatales fueron civiles.
En el momento de los ataque se estima que vivían aproximadamente 255.000 personas en Hiroshima y unos 240.000 habitantes en Nagasaki.
Los bombardeos atómicos destruyeron entre un 50 y un 60% de las ciudades.
Sin embargo, los efectos del bombardeo sobre cada uno de los poblados no fueron iguales: la situación geográfica de cada ciudad influyó mucho sobre el grado de destrucción. En Hiroshima, emplazada sobre un valle, las olas de fuego y la radiación se expandieron rápidamente y a mayor distancia que en Nagasaki, cuya orografía montañosa contuvo en cierto modo, la expansión de la destrucción.
Unos 2 km a la redonda de donde explotaron las bombas, la catástrofe fue absoluta: el fuego y el gigantesco calor mataron instantáneamente a seres humanos, plantas y animales. Nunca se había visto hasta entonces durante la guerra tamaño nivel de destrucción. Y por largo tiempo la devastación transformó en pueblos fantasmas a esas dos ciudades. La reconstrucción duró años.
Seis días después de la explosión nuclear sobre la ciudad de Nagasaki, el imperio del Japón anunció formalmente su rendición incondicional frente a los "Aliados", encabezados por Estados Unidos.
El 2 de septiembre de 1945 el régimen firmó el acta de capitulación. Con la rendición de Japón concluyó la Guerra del Pacífico y de hecho, la Segunda Guerra Mundial. (Especial)