Santiago del Estero 880 (en 1933); por entonces, barrio norte. Al frente de la iglesia del Corazón de María. El mismo templo que los 19 de cada mes congrega a multitudes que van a agradecerle, a pedirle y a orarle a San Expedito. Aunque en otro tiempo, también hubo multitudes; pero para ingresar al Broadway. El cine del 880, que nació y murió tres veces, desde que los empresarios Agustín Tortajadas y Luis Casanova, lo fundaron en 1933. El tiempo en esta sala -también diseñada en art-decó-, casi como resignado, se sentó en las butacas un sábado 17 de junio del 33, con el estreno de Scarface (o El precio del poder) a ver pasar la historia del séptimo arte.
Al parecer, con el cine mudo, la sala ni siquiera se había sumergido en un silencio litúrgico aromado por el sonido de un dulce piano, entre acto y acto. Pero el tiempo continuó ahí sentado. Y poco a poco empezó a despabilarse. A fines de la década del 60 el cine color logró representar en una pálida pantalla los colores del mundo. Así se transformó en un evento popular que no discriminó edades ni culturas. Hasta que a fines de la década del 70 ese arte representaba más de lo que algunos verdugos de la vida y del arte estaban dispuestos a ver y a escuchar.
La pesadilla
No obstante, el tiempo debió sentarse en una butaca incómoda. A dormir y a ser prisionero de las pesadillas de una época oscura, como lo es una sala sin proyectar. El letargo duró sólo meses. Porque siempre hay un apasionado que no resigna su naturaleza. Y el miércoles 5 de diciembre de 1973, la lámpara se encendió para la prensa y el gremio con El Heredero. Claro está que con otra denominación: San Miguel. Las películas de Jean Paul Belmondo, Alain Delon, la Coca Sarli, Palito Ortega y Antonio Prieto despertaron al tiempo que, manchado de oscuridad, supo acomodarse después de meses de castigo.
Pochoclo e inglés
De la Coca Sarli, pasaron a la gaseosa y los pochoclos. El tiempo nunca supo hablar inglés. Tuvo que aprender: OK, village, delivery, hoyts cinema, McDonald's, marketing, etcétera.
Los cines de barrio fueron desplazados por las grandes cadenas de cine, en un todo por $2, o por algún pastor mediático. Y en Santiago al 800, aunque parezca inverosímil, el tiempo siempre volvía. A veces el cine estaba cerrado, otras veces abría. Hasta que al final con don Roberto Abdenur encontró su lugar, en 1983, como Premier, con una joyita de Mauro de Vasconcelos llevada al celuloide: Mi planta de naranja lima. Pero su adiós definitivo llegó seis años después. En 1989, el Broadway-San Miguel-Premier dejó de vender magia y fantasía. Bajó el telón para siempre.
Y en ese espacio, donde el pullman le hacía la vida imposible a los de la platea, en las grandes matinés de los domingos, José Luis Avignone evocó sus vivencias en la sala del Broadway.
"Flash Gordon era mi serie preferida de las matinés. Pero también me divertí mucho con las películas de Mario Moreno,"Cantinflas"; me emocioné con La Novia, de Antonio Prieto; oMi primera noviade Palito Ortega; y disfruté del buen cine con El puente sobre el río Kwai". Fue una coproducción británica-estadounidense de 1957, del género bélico o de aventuras, dirigida por David Lean, protagonizada por Sir Alec Guinness, Sessue Hayakawa, Jack Hawkins y William Holden en los papeles principales. Basada en la novela homónima de Pierre Boulle. La historia que se relata en el filme es ficción, pero se basa en hechos verídicos sobre la construcción de la línea de ferrocarril de Birmania, de 1942 a 1943. Ganó nada menos que siete premios Oscar.
Testimonios
"La sala tenía capacidad para 600 plateas y 120 o 150 superpullman o altos. La pantalla era grande y el sonido era muy nítido", recordó el profesor Aldo Bulacio, habitué de ese cine.
"Uno de los acomodadores del cine era el otrora basquetbolista de Independiente y All Boys, Roberto "Tío" Suárez. El Broadway estaba a la par del club Almagro y de la Federación Tucumana de Básquetbol", evocó Avignone.