Llegará un día -tal vez no muy lejano- en el cual debamos dejar este mundo. Hora y día no conocemos; lo que sí es seguro que nuestra vida es breve. La muerte, ¿nos asusta? ¿nos perturba pensar en ella? ¿la hemos contemplado últimamente más cerca de nuestra vida? En la Liturgia de la Palabra la muerte aparece hoy en tres consideraciones:

1. Todo pasa. El Eclesiastés, en la Primera Lectura, nos hace ver que todo es vanidad, pura vanidad. ¿Por qué? Porque todo pasa, todo muere y lo único que permanece para siempre es el amor que tengamos.

Frente a la muerte, pierden relieve las cosas que parecían seductoras. ¿Acaso no es cierto lo que nos dice la Palabra de Dios?: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?" El Señor nos alerta contra la ceguera de no ver más que las posesiones como objetivos. "Guárdense de la codicia, pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes".

2. Aprovechar el tiempo. Éste forma parte, también, de los talentos que hemos recibido de Dios para 'negociar' nuestra santificación. El día de nuestra muerte desaparecerá la excusa, tan frecuente, que nos lleva a no buscar con seriedad la santidad: 'estoy muy ocupado', 'no tengo tiempo para nada', 'tengo un sin fin de cosas que hacer', etc.

Es necesario cuidar, ordenar ese tesoro que Dios, en su infinita Sabiduría, nos ha legado: el tesoro del tiempo, como le gustaba a los santos denominarlo.

Además, cada día, cada instante constituye una ocasión irrepetible para amar a Dios que quedará grabado con el signo más o con el signo menos en el libro de nuestra vida. Ningún momento de nuestra existencia resulta indiferente para Dios. Cada acto nuestro tiene que tener sentido de eternidad.

3. Dar muerte al hombre viejo. Lo expuesto por San Pablo: "Habéis muerto", "dad muerte", "despojaos"... Aquí está presentada ya la muerte como realidad apetecible y como empresa a acometer. En ésta consideración, la muerte cambia de clave: "vuestra vida está escondida con Cristo en Dios", Cristo es ahora nuestra vida.

Nuestra vida es Cristo

¿Entonces...?

La muerte como fenómeno biológico, pena del pecado original y que concluye el espacio de merecer dando ocasión a que quede decidida definitivamente la suerte que nos espera por toda la eternidad, esa muerte es un paso necesario de la historia personal que cobra su nuevo sentido cuando se ha conocido a Cristo Jesús. Lo verdaderamente trascendental consiste en vivir en gracia y evitar su opuesto, que es el pecado: cielo o infierno anticipados ya en la tierra.