Patricia Orellana decidió volver a su Tucumán natal luego de la separación de su marido. En Buenos Aires ya no le quedaba nada: no tenía casa, familia o dinero para comprar comida para sus dos hijos, Ivana Ayelén, de 8 años, y Lionel Iván, de 6. Cuando llegó al barrio ATE (al sur de la capital) alquiló una casa, que paga desde hace seis meses con la Asignación Universal por Hijo. La depresión que le generó el sentirse abandonada por un hombre que nunca más volvió a ver la tendió sobre su lecho, que no era más que una frazada sobre el piso, sin cama ni colchón.

Desde hace unos meses, en su cocina se reúnen todos los días 12 mujeres. Tienen una despensa con alimentos, ollas de enormes dimensiones y carteles pegados en las paredes que indican el menú de la semana. Al mediodía parten desde ese lugar unos 80 platos de comida a los hogares de cada una de las cocineras. Así fue que la despojada casa de Patricia se transformó en la nueva sede de la cocina comunitaria Nuevo Amanecer. Ella aprendió a amasar, a freír y se convirtió en una de las encargadas de llevar los números. Esa es su habilidad.

Esta actividad solidaria entre las vecinas nació hace 8 años. Antes elaboraban la comida debajo de una mora y luego se fueron mudando, de casa en casa, hasta que tocaron la puerta de Patricia.

No tienen un stock de alimentos fijo todos los meses: con la plata que recaudan de rifas, bingos o locreadas, y de los rosquetes y bollos que venden los fines de semana (elaborados por "Cuqui" Valderrama y por Rosa Robles) compran mercadería a una fundación que les vende los productos a un valor que equivale al 30% del precio real y, además, las asesora sobre temas nutricionales. Y la Municipalidad de San Miguel de Tucumán les dona por mes unos 40 kilos de carne.

"¿Por qué no un comedor? Nos parece importante la charla en la mesa con la familia; preguntarle a nuestros hijos cómo les fue en la escuela o qué problemas tienen. De esta manera afianzamos los vínculos", comentó Fátima Domínguez, una de las impulsoras del grupo y la que no tiene vergüenza en salir a golpear puertas para que las escuchen y ayuden.

Pero estas 12 mujeres no se quedaron sólo con el plato de comida caliente en la mesa. Tienen un objetivo: formarse como fundación bajo el nombre de "Mujeres en Acción". Y ese título las define perfectamente: gestionaron capacitaciones para los niños y para ellas, como las del programa de la Universidad Nacional de Tucumán "Habilidades para la vida". También lograron que les enviaran la semana pasada el trailer del programa "El municipio en los barrios"; y consiguieron que la Provincia les donara un terreno fiscal a unos pocos metros de la cocina. Allí quieren tener su propia sede, pero para construirla deberían desembolsar unos $ 30.000.

De todas formas, ellas aclaran que se conforman con unas paredes y un techo. "Dejamos de hacer cosas por desconocimiento. No queremos que esto suceda. Ahora necesitamos talleres sobre alimentación sana o asesoramiento legal, por ejemplo", destacó Fátima.

La fortaleza

En la cocina también se escucha, se da una mano y se llora de a dos. Es que un golpe a cualquiera de esas mujeres puede afectarlas, pero no detenerlas.

Ellas se unieron más luego de que Marisol, de 17 años, se quitara la vida (es la segunda adolescente que se suicidó este año en la zona). Su mamá, Luisa Suárez, una de las cocineras, encontró el apoyo que necesitaba en sus "hermanas" del barrio.

Según cuentan las mujeres, los flagelos con los que conviven y tienen que luchar los jóvenes son la drogadicción, el desempleo, la deserción escolar y la falta de sueños. Por estos motivos quieren prepararse como mamás y afianzar el vínculo familiar. Pero también reclaman una política de inclusión, que ofrezca capacitaciones en oficios para aquellos que les cuesta encarar un proyecto de vida.