Las acciones, las palabras y los gestos del papa Francisco en su paso por Brasil han calado hondo entre los jóvenes de todo el mundo. En la semana de la Jornada Mundial de la Juventud, que concluye hoy, el Pontífice no les ha dado tregua a las emociones: el viernes, el mundo se enterneció con la foto del abrazo entre el papa y Nathan, el niño brasileño que, entre lágrimas, le dijo que quiere ser sacerdote. Ayer, otra foto que sacudió la sensibilidad colectiva fue la del papa argentino luciendo en su cabeza un adorno que le habían regalado representantes de la tribu indígenas Pataxó, del norte de Brasil, y que se llama cocar.
Si el abrazo con el niño fue una señal de ternura para con los más vulnerables, la instantánea con el ornamento indígena es coherente con una postura que no es nueva en Jorge Bergoglio: la persistente reivindicación de la diversidad, del encuentro con los diferentes. Entre otros hitos que va marcando este papa que hasta busca el contacto físico con sus interlocutores, Francisco ya ha hecho historia como el primer pontífice en saludar a un representante del "candomblé", una de las regiones de raíces africanas que existen en Brasil.
Más allá de las fotos, todos los mensajes que viene dejando Francisco en esta semana intensa comparten por igual el tono político con el pastoral. Ayer, el Pontífice ejerció una profunda autocrítica - instó a los representantes de la Iglesia a "salir a la calle" -; y al hablar ante líderes políticos, empresariales, académicos y religiosos brasileños, los alentó a fomentar la responsabilidad social. En su visita a una favela, había apelado a la solidaridad para con los pobres; había condenado el narcotráfico y las desigualdades sociales, en su alusión a "todas las personas que sufren hambre en un mundo que, por otro lado, se permite el lujo de tirar cada día toneladas de alimentos"; a los que son perseguidos "por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel"; y a "los padres y madres que sufren al ver a sus hijos víctimas de paraísos artificiales como la droga".
En otros espacios, durante la Jornada, había criticado la corrupción política y había invitado enfáticamente a los jóvenes a comprometerse con la cosa pública. "Hagan lío", les había dicho, en un lenguaje poco protocolar con el que se ganó tanto el corazón de los millones de jóvenes que siguen la visita por televisión como de aquellos que tuvieron la dicha de participar personalmente en el encuentro de Río de Janeiro. Impulsor del encuentro como hilo conductor de su magisterio, Franciso nunca tensó la cuerda: sí alentó a los jóvenes a animarse a protestar, a no dejarse excluir, de inmediato reivindicó la importancia del diálogo constructivo como herramienta para zanjar las diferencias.
Así, en sus diversos discursos, Francisco no se quedó en la mera crítica: llamó a "rehabilitar la política", a la que definió como "una de las formas más altas de la caridad"; y reivindicó la importancia de un Estado laico que favorece la convivencia entre las religiones. En intervenciones que apuntaron al corazón de los jóvenes, el Papa ha llamado también a no dejarse ganar por la "cultura del descarte".
Mañana, cuando la Jornada Mundial haya pasado, es de esperar que ese mensaje cargado de humanismo trascienda el comprensible oleaje de las emociones, y se haga acción en los millones de jóvenes que durante una semana han sido deslumbrados por el papa argentino que supo hablarles con sus propios códigos. Como les pidió Francisco: que sean testimonio vivo.