El sistema está aceitado. Con la entrada al boliche se incluye al ingreso al after: el cliente recibe un distintivo (por lo general una pulsera) y durante la noche le susurran la dirección. La fiesta sigue, al menos hasta las 7, con las bebidas al mismo precio que se paga en la barra. Y, sobre todo, con la garantía de que ni el IPLA ni la Policía van a meter la nariz por ahí.
Desde que se sancionó la ley de las 4AM se instrumentaron mecanismos para gambetearla. Trampas que cada vez funcionan con mayor grado de sofisticación. El circuito ilegal se legaliza a fuerza de las reglas no escritas que lo rigen.
La reactivación de la causa por el asesinato de Paulina Lebbos sirve también para reactualizar el mapa de la noche tucumana. El de los afters protegidos y el de los afters under (como la "casita del terror" de la que tanto se habla).
Que el gobernador Alperovich haya afirmado que los jóvenes son prisioneros de las drogas no sorprende. Lo que falta son políticas eficaces, capaces de penetrar en ese Tucumán real, vasto y profundo en el que la violencia institucionalizada se ríe en la cara de la ley de las 4AM. Javier Auyero (sociólogo) y María Fernanda Berti (maestra) escribieron un libro imprescindible para comprender el fenómeno. Se llama "La violencia en los márgenes", y es el fruto de una investigación de tres años en el sur del conurbano bonaerense. Afirman Auyero y Berti:
"Quienes escuchan una historia sobre un familiar preso son los mismos que hablan de las 'cascaritas' que dejan las balas, los que tocan las marcas que deja una bala alojada en una pierna de otro, los que escuchan una historia sobre (o son testigos directos de) la muerte de un adolescente el día de su cumpleaños, o los que narran que el día anterior un familiar (o con menos frecuencia un desconocido) quiso violar a una adolescente vecina. Para ellos, los tiroteos y las muertes (y también la cárcel) tienen un carácter ordinario, consuetudinario (...) La vida de estos niños y niñas está permeada por la violencia tanto interpersonal como estatal. En este sentido, podríamos decir que ambas constituyen una moneda corriente en la vida diaria de los niños y adolescentes del barrio".
Así se (sobre)vive en Tucumán, en la infinidad de territorios en los que las organizaciones sociales pelean contra los estómagos vacíos, contra los transas y contra el aparato político. Si uno de los serios problemas que afronta la Argentina pasa por los cientos de miles de pibes que no estudian ni trabajan, se cae de maduro que el único remedio es incluirlos en el tejido social. Y para eso hay que transformarlo y transformarnos.
Este, que es el corazón del debate, se da de bruces con todo lo que la ley de las 4AM representa. Y ya pasaron siete años de su sanción. Afters y descontrol nocturno reflejan la inutilidad de la norma, inexplicablemente en pie cuando hay tantos motivos para derogarla. Ese fracaso se debe a la naturaleza represiva y expulsora de la ley, contraria a los derechos básicos del ciudadano. Por eso fue y es impotente para brindar la sensación de seguridad que pregona.
Hay circunstancias infinitamente más serias en el Tucumán real. Por ejemplo, el avance del consumo de pasta base hacia las capas medias. Esa escalada galopa a horcajadas de las cocinas que se multiplican por los barrios. En el medio quedan los niños y adolescentes prisioneros de la violencia crónica de la que hablan Auyero y Berti. Cuando los chicos nacen y crecen en un callejón, conscientes de que tarde o temprano van a estrellarse contra un muro, la mera existencia de una ley como la de las 4AM no es otra cosa que un chiste de pésimo gusto.