-¿Por qué no hiciste los deberes, A.?

- Porque vos no me dijiste que los haga...

-¿Y por qué no te bañaste?

- Porque vos no estabas, y no me habías acomodado la ropa...

Diálogos como estos sostiene a diario Soledad L. con su hijo de 12 años, que ha entrado en plena etapa de rebeldía adolescente. "Ante cualquier reclamo que le hago, me transfiere la responsabilidad a mí. Tengo que estar encima de él para que haga las cosas que tiene que hacer. Me canso y a veces me pongo a llorar porque siento que no puedo centrarlo, que se me va de las manos", confiesa, preocupada.

No obstante, Soledad confía en que a medida que A. crezca irá mejorando la relación. "No está todo mal, porque en muchas otras cosas me hace caso, por ejemplo, no sale si no le doy permiso y nunca me miente. Lo que pasa es que es muy distraído; creo que le cuesta expresar lo que quiere decir", reflexiona esta mamá treintañera, ama de casa.

Una situación similar es la que vive Andrea D. con su hijo de 14 años. "Si le digo que vaya a bañarse, me contesta que no ha transpirado. Si le pregunto por qué no copió los deberes para la casa me dice que justo cuando estaba por copiar, la profesora borró el pizarrón. Siempre está justificándose y no se hace cargo de lo que hace", cuenta Andrea, ama de casa y empleada. "El psicólogo me decía '¿cuándo te vas a sentar a escucharlo?'. Lo intenté, pero a veces él no tiene nada que decir...", añade.

Los mayores, bien
La situación de ambas es parecida en el sentido de que tienen otros hijos adolescentes con los cuales no hay problemas. "N. tiene 15 años, y es muy independiente; con él puedo hablar de todo y no necesita que lo controle para que cumpla sus obligaciones", relata Soledad.

Andrea tiene una hija de 15 años y tampoco le causa dolores de cabeza. "Ella se hace cargo de lo que decide. Si no tiene ganas de ir a la escuela, lo expresa y asume loas consecuencias. Si llega tarde, pide disculpas, reconoce que ha estado distraída", detalla.

Un caso especial Fátima P., profesora en psicología y ciencias de la educación constituye un caso especial. Tiene una hija de 15 años y otro de 25. Pero además, como orientadora y tutora en una escuela secundaria y en un servicio especial de ayuda a las escuelas trabaja con adolescentes desde hace casi 30 años. "Con mis hijos no he tenido problemas. Sí veo que es más difícil ahora que cuando el mayor atravesaba la adolescencia. Hoy hay mucha droga al alcance de cualquiera, pero creo que es posible comunicarse con los chicos y, sobre todo, acompañarlos durante esta etapa tan complicada para ellos y para nosotros, los padres", afirma.

Lo que dicen los ojos
Fátima advierte que los papás deberían observar qué poco escucha a sus hijos adolescentes. "Uno ve que ellos buscan satisfacer el placer en el momento, sin importar los riesgos, y lo hacen con todos los temas de su vida. Ahí es importante una oreja grande, que pueda ayudarlos a expresar por qué toman esa actitud. No se trata de darles sermones y volver a decirles las mismas cosas un montón de veces. Eso no es comunicarse. Con sus acciones o sus gestos ellos están queriendo expresar algo y no encuentran los espacios. Eso es lo que hay que abrir", destacó.

"Cuando uno pierde la mirada de un hijo, pierde todo. Hay que mirarlos a los ojos, porque a través de la mirada se transmiten muchas cuestiones. En los ojos están las alegrías y las tristezas", es la primera recomendación que hace Fátima a los padres. Recuerda que los gritos nunca ayudan ni tampoco ponerse en el rol de amigos de los hijos.

También destaca la necesidad de volver a jugar con los hijos. "Todo lo lúdico ha ido desapareciendo de nuestra vida, y eso no es bueno. Con los hijos hay que tratar de pasar tiempo, no se puede reemplazar el afecto con cosas materiales", puntualiza.

Fátima reconoce que no es fácil ser papás de adolescentes. "Nadie te enseña, y cuando no se puede solo, hay que buscar ayuda. Por ejemplo, hablar con otros padres, intercambiar las respectivas experiencias, y también, si es necesario, buscar ayuda profesional. También en la escuela se puede buscar ayuda", finaliza.

"La palabra desvalorizada destruye la autoestima"

"La adolescencia de los hijos moviliza en los padres toda suerte de sensaciones y vivencias. Como en un viaje por 'el túnel del tiempo', esos padres revivirán su propia adolescencia evocando la primera elección, el primer trabajo, la relación con sus padres, su sistema de creencias, la primera relación sexual, la formación de la pareja. A veces, esta movilización puede llevarlos incluso a revivir insatisfacciones o a resucitar asignaturas pendientes; lo importante es no poner las frustraciones debajo de la alfombra, sino tratar de crecer como personas junto a los hijos", afirma la psicóloga Beatriz Goldberg, autora del libro "Tengo un adolescente en casa, ¿qué hago?", entre otras obras. Durante un diálogo telefónico con LA GACETA, la profesional ahondó en el tema.

- ¿Qué hay que entender de los adolescentes para poder acercarse a ellos?

- Que un adolescente es un ser que siente que la arena del mundo se escurre bajo sus pies. Hoy más que nunca vemos a muchos adolescentes cabizbajos, desganados y con falta de proyectos. Realizan cambios constantes de actividades tal como si hicieran un zapping continuo en su MP4.

- Pero los adolescentes siempre fueron rebeldes.

- Así es. Y esa rebeldía no es más que energía, que no debe ser ni aplacada ni consentida, sino encauzada. En ese sentido, debería convertirse en la generadora de cambios positivos en vez de ser la eterna queja tan común entre los chicos.

- ¿Cómo se encauza esa energía?

- Estimulándolos. Esto no es solo respaldar sus impulsos y sus conductas positivas, sino también ayudarlos a desarrollar la tolerancia a la frustración y su capacidad de reacción frente a situaciones adversas. También hay que ponerles límites teniendo en cuenta que estos no limitan sino que delimitan.

-¿Cuál es la diferencia entre limitar y delimitar?

- Consiste en tomar los límites como las señales de tránsito que vemos en la ruta: nos permiten avanzar con mayor seguridad y llegar a destino. Otro ejemplo, cuando nuestros hijos son chicos no queremos que toquen los enchufes, y no tenemos problemas en ponerles límites para que no lo hagan. ¿Por qué sentir culpa entonces por poner otro tipo de límites que también son necesarios? Poner límites es una de las formas que adopta el amor, y de eso hay que estar convencidos.

- Además de los límites, ¿cómo se los debe estimular?

- La estimulación debe contribuir a que el adolescente se desarrolle al máximo y confíe en todas sus cualidades positivas. Eso lo hará sentirse más seguro, sentir que está respaldado. Aun cuando se equivoque, ya que en la vida no todo son aciertos y lo mismo vale la pena vivirla y siempre está la oportunidad de cambiar el rumbo si se ha tomado una dirección equivocada.

- ¿Qué es lo que no les sirve a los adolescentes?

- La palabra desvalorizadora, por ejemplo. Esta destruye la autoestima, y el resultado es un chico que actúa con desgano, porque se siente descalificado. Muy diferente a cuando el adolescente siente que confían en él y percibe que se respetan sus gustos y sus elecciones. Entonces tendremos un chico que va aprendiendo a tener una mirada optimista y a vivir en un clima de "buena onda".