Marcelo, el monje artesano, trabaja con los símbolos

Cuando llegó al abadía de Cristo de Rey, en El Siambón, le llamaron la atención un yunque y una fragua escondidos en un viejo taller. Era claro que algún monje que lo había precedido practicaba herrería. Pero él no. Marcelo Maciel, que entonces tenía 29 años, había egresado de un bachillerato común de Buenos Aires. "Era un inútil hasta que tomé clases en la escuela de la necesidad", le gusta decir, y así se recibió de artesano. A los 57 años no sólo trabaja en herrería sino también en carpintería. De sus manos surgieron desde una silla alta para el hermano José, hasta el banquito del altar para poder apoyar la Biblia.

El abad Benito Veronese abre las puertas del monasterio para que LA GACETA visite al padre Marcelo, que no comprende muy bien para qué quieren entrevistarlo a él, que "sólo practica" un hobby. Como se sabe, los monjes benedictinos son famosos por sus exquisitos dulces y licores que fabrican y venden para autosustentarse. Pero esta vez, buscamos mostrar otro aspecto poco conocido de los hombres consagrados a Dios: el de su tiempo libre.

El padre Marcelo ríe y explica lo que él siente cuando trabaja no para vender, sino para su casa, como cualquier padre de familia.

"Trabajar para nosotros es también una forma de buscar un encuentro con Dios", dice el monje, vestido sencillamente, con un jean, una campera y sandalias franciscanas a pesar de los 2° que marcaba el termómetro.

Al padre Marcelo le gustan los diseños simples ("que no digan más de lo que somos") pero que tengan mucho simbolismo. Por eso, rezando como trabaja siempre, fabricó las tres puertas de ingreso al monasterio. Les puso 14 florones de hierro (hechos con caños viejos) en cada hoja, que representan las 14 generaciones de la genealogía de Jesús. Cada bisagra, de las cuatro que lleva, están hecha a la medida de los números de los salmos (66, 44, 23 y 21). En el comedor, las lámparas están fabricadas como vitrales, a partir de los vidrios rotos de las ventanas. En el monasterio nada se pierde, todo se transforma en un solo canto al Señor.


Con su "arte de sobremesa" el padre Víctor alegra a los chicos

"Fuera de ser cura no sé hacer nada más", se contradice mientras sus dedos ágiles le dan vida a una servilleta de papel. Dobla por aquí, dobla por allá y… voilá! El cisne blanco queda parado sobre la mesa. Una hoja del cuaderno donde anotamos esta misma entrevista sirve para un nuevo acto de creación, esta vez "una pajarita", como la llama él, el padre Víctor Martín; que como su hermano, el inolvidable padre Martín Martín Martín, practica una suerte de origami. "Mi hermano fabricaba ranitas y las hacía saltar. Yo nunca aprendí, pero en cambio le enseñé a él a hacer la cámara de fotos", se desquita mostrando un cubo que fabricó en un abrir y doblar de papeles. "Y ahora sonría...", dice escondiendo su ojo detrás de la diminuta figura. Tira de los costados y zas! destella un imaginario flash.

El arte del padre Víctor se pone de manifiesto en la sobremesa de los domingos, mientras los adultos pugnan por seguir conversando y los chicos por salir corriendo a jugar, apenas terminan el postre. Es el momento en que el sacerdote saca una servilleta de papel para iniciar su número de magia o fabricar pajaritas que mueven sus alas. Las pinta y se la dedica a un chico poniéndole su nombre. Un poco más sofisticada es la prueba de equilibrio que hace con dos tenedores entrelazados sobre un escarbadiente pinchado al corcho de una botella.

A los 86 años el padre sigue visitando enfermos, oficiando misa y visitando a las familias de la comunidad de Nuestra Señora del Valle.

"Me gusta hacer estas tonteras, simples pero graciosas, que entretienen a los niños y descansan la mente…", dice. Otro cisne brota de sus manos. El padre lo para sobre la mesa y lo sopla: "¡vaya con su dueña y señora!", le ordena.

Vicky es la "monja talabartera" de Santo Domingo

Mucho antes de ser religiosa, su abuela le contagió la pasión por las artesanías en cuero o madera. En cada misión enseñaba lo que sabía pero también incorporaba nuevas técnicas de los lugareños. ¿Cómo lo hace? "Venga y vea", era la respuesta. Así aprendió los secretos de la talabartería la hermana María Victoria Canigia, de la Congregación de las Hermanas Dominicas del Santísimo Nombre de Jesús. De sus manos nacen carteras, bolsos de viaje, agendas, camperas, botas, sandalias, portaanteojos, riñoneras… todo en cuero, pero con una sola condición: son todas recicladas. Nada más que recuperación de cosas viejas y retazos. Por ejemplo, una vieja campera se transformo en una mochila; el tapizado de un sillón, en una cartera; y varias cosas más.

Desde que sor María Victoria tiene su taller, ella misma se fabrica sus sandalias y sus cintos. "Cuando el cuero es muy grueso, trabajo con taladro", explica la hermana, al tiempo que muestra un bonito portafolio repujado y con herrajes de bronce. En una riñonera tiene sus herramientas: un sacabocado, un punzón, una tijera, el hilo. A modo de vincha se coloca una lente de aumento para visualizar los detalles.

Los trabajos no son para vender. Los regala a las hermanas de la comunidad o a su familia. Siempre está haciendo algo para alguien que lo necesita. Pero no sólo se dedica al cuero; la hermana María Victoria también pinta, trabaja en madera y en hierro. Es una enamorada de las velas y de su simbolismo; por eso diseñó varios candelabros de distintos tamaños. Todo reciclado. "Este está hecho con un pie de una máquina de coser, aquellos son viejas pantallas de hierro", describe. "Para mí el arte es un medio de predicación y también me ayuda en la contemplación y en la meditación", sintetiza.

¡Con solo una guitarra ya es feliz!

Al "Benjamín" del clero secular de Tucumán, el padre Luis Zazano, el alma le pide cantar y bailar folclore. Lo hace cuando está feliz. Toma la guitarra y se lo cuenta a todos los ángeles del Cielo. Pero también necesita a su "compañera" cuando está bajoneado, porque ella es la única que sabe curar sus heridas.

La cuestión es que el padre Luis siempre tiene una excusa para tocar la guitarra. Lo hace desde los 15 años y ahora tiene 28. La pasión por el folclore comenzó a los 14, cuando se inscribió en la Academia "Bombos Norteños", de donde egresó como profesor. Como el violín para San Francisco Solano, la guitarra es herramienta de evangelización para el padre Luis. Con ella anima los encuentros juveniles, como solía hacer cuando él mismo era un joven de la parroquia de Villa Luján. Le sirve como animación y también para poder dominar su timidez.

Hace dos semanas, el padre Luis fue a oficiar una misa en la cárcel de Villa Urquiza. Cuando menos se dio cuenta ya uno de los internos había traído un bombo y ahí nomás se armó el baile. El padre sacó a relucir sus saberes de la academia y uno de ellos lo desafió a un duelo de malambos, del que el sacerdote se defendió haciendo tronar los zapatos en el mosaico.

Sabiendo los dotes musicales del padre Luis, fue elegido como asesor espiritual del grupo Apóstoles de Lourdes, que tiene su propio cancionero. El joven sacerdote es su fan principal.

Pero no todo es alegría. Cuando la vida lo encuentra de capa caída, se encierra en su cuarto y se pone a tocar y cantar. Apenas suenan los primeros acordes se disipan los enojos y baja del cielo la paciencia. "La música es mi terapia, me saca la bronca y me recarga las pilas", confiesa.