Independiente, uno de los tres equipos del mundo con más de 15 copas internacionales, se fue al descenso y eso es una triste noticia y un gran dolor para los que somos hinchas del "rojo". Me sentí mal y hasta se me escapó alguna lágrima. Ser de Independiente es un sentimiento que se transmite de padres a hijos y no se cambia aún en las malas. Antes de este final anunciado tenía miedo. Tantos y tan brutales eran los antecedentes de violencia e intolerancia de esa lacra denominada "barra brava", que temía que destrozarán el estadio. Algo que por suerte no ocurrió. Si bien esto me enorgullece, también me llama a la reflexión. Que no hayan aparecido los energúmenos de siempre es más fruto de la Providencia que de la eficiencia de los sistemas de seguridad. Todos sabemos que las barras gozan de una inexplicable impunidad. La realidad es que "los barras, los punteros y los patovicas son violentos a sueldo", porque alguien les paga. Fue un final irreversible para quienes vemos con indignación como se malversan fondos en el deporte, en la administración y en la política, ante la absoluta certeza que nunca serán investigados.

Miguel Angel Sáez

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