Quienes militan en el movimiento político que nació en 1945 saben que el poder del peronismo no es bicéfalo. Es decir, no es compartido. Entienden por doctrina que ese poder sólo puede ser ejercido por una sola persona y es derramado verticalmente hacia abajo. Así fundamentan la lógica de la autoridad los seguidores de Perón. En la cúspide de la pirámide está apoltronado el que manda y el resto, los que obedecen, se ubican en la base. Hasta ahora, esa función la vino cumpliendo con creces el gobernador José Alperovich, pese a que empuñó sus primeras armas políticas en el -para nada peronista- espacio radical denominado Ateneo de la Libertad. Siguiendo la misma lógica, ese poder logra concentrarse en una sola persona porque cuenta con la legitimación de los cientos de miles de justicialistas -afiliados al PJ o no- que lo avalan. Alperovich, cual Leviatán de Hobbes, fue desde 2003 a la fecha el depositario de toda esa fuerza que emana de las bases. Sin embargo, desde hace unos meses comenzaron a aparecer algunas señales que indicarían que ese poder sería heredado por otro peronista en 2015. Si hay algo que les sobra a los justicialistas es el olfato político. Y desde hace meses comenzaron a oler que sin reforma de la Constitución, el único paladar negro que cuenta con chances reales de pelear por el sillón de Lucas Córdoba es el intendente de la capital Domingo Amaya. La decisión de Alperovich de no ser candidato testimonial cierra la puerta -aunque todavía sin llave- para una eventual reforma de la Carta Magna. Justamente porque un triunfo contundente en octubre con Alperovich a la cabeza le hubiese pavimentado el camino hacia una indiscutida re-reelección.

Por eso, algunos encumbrados alperovichistas comenzaron a hacer lobby para que Amaya o algunos de sus adláteres encabecen o integren la nómina de candidatos a diputados del Frente para la Victoria. Si el "Colorado" llega a la Cámara Baja -especulan- tendrá muy pocas posibilidades de galvanizar su más que previsible candidatura a gobernador en 2015. Ante estos embates, los amayistas envían mensajes a la Casa de Gobierno y aseguran que no tienen interés, siquiera, de formar parte de esa lista oficialista. "Nuestra mejor estrategia es el silencio", aseguran por lo bajo en el edificio de 9 de Julio y Lavalle.

Otro dato de la realidad que marca que la Constitución provincial cuenta con pocas chances de ser modificada es la reunión que mantuvieron legisladores y concejales capitalinos el jueves por la noche, en la casa de Guillermo Gassenbauer. La desesperación de los alperovichistas para conservar el poder en 2015 saca indirectamente de carrera al propio Alperovich. Porque si no hay reforma de la Carta Magna son muy pocos los que tienen chances de repetir cargos electivos. La única estrategia que les queda es vencer al único oponente que avizoran en el horizonte cuando el pos alperovichismo sea una realidad: el amayismo. Sin darse cuenta, el ultraalperovichismo de la capital que lidera Gassenbauer -fue en 2011 superado en votos por las huestes del concejal Germán "Wilson" Alfaro- hizo ascender de categoría política a Amaya, quien hasta hace días jugaba en una liga de segunda división, junto al ministro del Interior Osvaldo Jaldo y el senador Sergio Mansilla.

Con la reforma en el freezer, los sofistas de la política comarcana comenzaron a aparecer. Durante los últimos días corrió la versión que daba cuenta que Alperovich renunciaría como gobernador, asumiría en el Senado (en el lugar de Mansilla) y como se iría faltando más de dos años de gobierno, podría presentarse otra vez como candidato a gobernador en 2015. Nada más alejado de la realidad y del artículo 90 de la Constitución provincial, que lo prohíbe claramente.