Por Cristiana Zanetto - Para LA GACETA - Milán

Tomo prestada para el título la frase del escritor italiano Antonio Tabucchi, recientemente fallecido, porque me parece que son éstas las tres grandes representaciones de las vicisitudes humanas y también tres axiomas de la cultura europea moderna. Referencias que este año el cine italiano ha expresado muy bien en el Festival de Cannes. La Gran Comilona, de Marco Ferreri, con Marcelo Mastronianni y Ugo Tognazzi, hace exactamente 40 años, ganó el Premio Internacional de la Crítica. Ahora ha "regresado" sobre el tapete de Cannes magníficamente restaurado para decirnos quiénes somos y para servirnos como un espejo del tiempo.

Este retorno metafórico se concreta con La Gran Belleza, de Paolo Sorrentino.

En el caso de La Gran Comilona, detrás de la orgía de comida, sexo, procesos digestivos y consecuencias anexas, se expresaba el apego feroz a la sociedad de consumo, capaz de destruir y de autoaniquilarse, que ya en los años 70, en Europa, comenzaba a dar sus primeros síntomas de decadencia.

En La Gran Belleza está representada la "Ciudad Eterna" pero en una versión vulgar; una Babilonia desesperada de palacios antiguos, de mansiones enormes, de terrazas bellísimas de Roma, en donde políticos, enanos y bailarinas de la Italia de hoy, deciden sobre la economía del país.

Si La Gran Comilona entró en la historia del cine reflejando un modo de ser y convirtiéndose en una frase hecha para expresar excesos desproporcionados en cualquier campo de la vida y del pensamiento, La Gran Belleza será el emblema de la Italia de hoy que se agita frenética alrededor de la nada para decir que aún existe.

Su director, Sorrentino, ya había afrontado esta temática de la decadencia de la sociedad italiana en su excelente película El Divo, sobre la vida de Giulio Andreotti, siete veces Primer Ministro. En ese caso, la decadencia social era el marco que envolvía la vida de un político muy discutido.

En La Gran Belleza, tal caída es el tema central.

Se trata de un declive moral, ético, de costumbres, que contrasta, precisamente, con la belleza de una Roma magníficamente fotografiada por Luca Bigazzi.

Paralelismos

El film de Sorrentino narra la historia de un periodista, escritor de un solo libro, crítico teatral y cronista, que se instala en Roma siendo joven. Nóvel "niño bien" en busca de fortuna, entra en el circuito de la alta sociedad, frecuenta grandes fiestas e inútiles salones literarios de burgueses y de nobles en decadencia. Todo parece excesivo en esta película. Desde las fiestas vulgares al funeral de un suicida. Todo es sucio y corrupto, pero no se puede negar, de todos modos, la angustiante búsqueda del significado de la vida en relación a la muerte.

Y aquí está la coincidencia, me parece, con La Gran Comilona, a exactamente 40 años de su triunfo en Cannes.

Ferreri, entonces, había convocado a los mejores actores del momento: Marcelo Mastroianni, Michel Piccoli, Philippe Noiret y Ugo Tognazzi. Junto a ellos, se lucía la interesante actriz Andrea Ferreol.

Lo mismo hace ahora Sorrentino convocando a Toni Servillo (ya consagrado en Las consecuencias del amor y en El Divo, del mismo director; o en Gomorra, de Garrone), además del actor Carlo Verdone y de las actrices Sabrina Ferrilli e Isabella Ferrari.

Alguien ha hecho notar que el film de Sorrentino corre el peligro de convertirse en una remake trágica de La Dolce Vita, de Fellini, proyectada en Cannes hace 50 años. Pero, en verdad, nos parece que la creación del director napolitano nos dice exactamente lo contrario; es decir: que son los seres humanos quienes tienen el poder de transformar "la dolce vita" en una danza obscena para condenados sin esperanza, que no merecen ni siquiera la honestidad del Infierno.

Para Sorrentino se trata de condenados que están en ese lugar por el único motivo por el cual, para ellos, vale la pena respirar: buscar en esa Babilonia eterna y degradada a La Gran Belleza.

© LA GACETA Cristiana Zanetto - Periodista italiana de medios gráficos y audiovisuales.