Adentro se devela la "cocina" del horror. Afuera, sin embargo, todo parece seguir inconmovible. Este mes el juicio por la megacausa "Arsenales II-Jefatura II" alcanzará las 50 audiencias. Desde que se inició el proceso -en noviembre- en pocas ocasiones el auditorio del Tribunal Oral Federal (TOF) estuvo repleto. Es un verdadero desperdicio y más en esta etapa, en la que se están recibiendo los testimonios más cruentos y reveladores, relacionados con la dependencia militar. Las excepciones existen y conforman las partes interesadas. Se trata de los miembros de organismos de derechos humanos y de los familiares tanto de las víctimas como de los imputados. Pero, ¿por qué el ciudadano común parece una parte desinteresada? No hay más requisito que llevar el DNI para poder presenciar las jornadas (mañana y tarde).

¿Será por prejuicio? ¿Por desinformación? Si se tratara sólo del primer caso, poco podría hacerse. Los principales argumentos que se escuchan son contra el kirchnerismo (desde 2003 se impulsaron los juicios que hoy proliferan en los tribunales de todo el país); sobre esa idea -cuestionable- de que es necesario enterrar el pasado para que el país "siga adelante" y, por supuesto, los de quienes reclaman que autores de supuestos atentados contra fuerzas de seguridad sean también enjuiciados.

Hace pocos días, el músico Juan Falú difundió mediante su página oficial de internet una carta pública para pedir una mayor difusión del juicio. Su hermano Luis es una de las víctimas del caso. "Para que estas lecciones de la historia no le pasen por un costado a la sociedad", argumentó con las palabras justas. Y, precisamente, esas últimas líneas fueron las disparadoras de esta columna. Porque la desinformación sí puede revertirse.

Histórico y reparador

El juicio por la megacausa es inédito en el NOA por diversos motivos. Aborda crímenes de lesa humanidad que se habrían cometido en dos grandes centros clandestinos de detención: la Jefatura y el Arsenal. El primero ya había sido tratado durante la causa Jefatura I (2010). El segundo, sin embargo, es la primera vez que llega a un tribunal oral. Este último fue un campo de exterminio. Las fosas con restos de desaparecidos están ahí para corroborarlo. También en esos pozos están sus manos atadas, están las balas con las que los habrían ejecutado y están las cubiertas que habrían encendido para no dejar rastros.

Los números del juicio también son transcendentales: se juzgan responsabilidades de los crímenes cometidos contra más de 200 víctimas; se trata de determinar la participación (o no) de 41 imputados y pasarán frente a los jueces unos 400 testigos. Sobre los acusados también hay particularidades: los mandos medios están en el banquillo y hay civiles y mujeres entre los imputados.

La riqueza de los testimonios es fundamental. Nombres, fechas y espacios se entrelazan y ayudan a reconstruir historias. También a dimensionar el dolor, el terror, la pérdida o la clandestinidad. Ese rompecabezas que va surgiendo es reparador. También lo es para las víctimas ser escuchadas por el Estado después de 30 años. Y por supuesto, que se haga justicia ocupa el podio de esta enumeración.

Para estudiantes de abogacía, de historia o de periodismo. Para jóvenes -y no tan jóvenes- militantes. Para funcionarios. Para los que vivieron esa época en la que vecinos, conocidos y amigos parecían esfumarse. Para todos ellos cada audiencia podría ser una conjunción única de política, derecho e historia. Ojalá la información despierte el interés y genere que estas "lecciones" no sigan pasando por el costado.