En 1876, se inauguró el ferrocarril en Tucumán. Cuatro años después, en 1880, el gobernador José M. Astigueta recordaba que, en aquella época, "se repetía que el tren llegaría a Tucumán y volvería a Córdoba sin cargar un kilogramo".

No había ocurrido así, expresaba. Actualmente, a pesar de la regularidad del servicio, "nuestro comercio tiene necesidad de pedir vagones para hacer sus remesas con muchos días de anticipación, porque el tren rodante con que cuenta no basta para llenar las necesidades de nuestro intercambio".

Reconocía que "el viajero que visita Tucumán, tal vez no encontrará en la ciudad más hermosos edificios, más movimiento en nuestras calles, más manifestaciones de nuestro progreso, que todo lo que pudo observar hará tres años".

Pero, "si va un poco más allá de los suburbios, si llega a la Banda, a Los Aguirre, a los Alderetes, a la Cruz Alta, a Ranchillos; si va por Lules, si pasa hasta Medinas", encontrará con sorpresa otro espectáculo, "en medio de aquellos parajes donde hasta hacía poco todavía huían asustadas la liebre y la cabra silvestre ante el cazador que se aventuraba en el bosque".

Percibirá que "desde el fondo de esas verdes espesuras, cuyo suelo se halla ahora surcado por el arado y bañado con las aguas derramadas por el esfuerzo perseverante del hombre, se levantan numerosas negras columnas de humo". Ellas, "batidas sin cesar por las auras de la mañana y la brisa de la noche, denuncian el trabajo sin tregua de miles de obreros que están al pie de esas colinas, arrancando al suelo de esa zona feraz, el almibarado jugo de sus plantas".