Tal vez sea ignorancia o irresponsabilidad. Quizás rebeldía o falta de respeto por el prójimo. O exceso de individualismo y por lo tanto, una actitud manifiestamente egoísta. Es posible también que un poco de cada una o todas sean la causa de la transgresión a las normas, especialmente, las viales. Lo cierto es que una buena parte de los conductores y peatones tucumanos sobrellevan una triste fama que se refleja en los accidentes que ocurren a diario, algunos con víctimas mortales. Y a este dúo habría que sumar a la autoridad, que a lo largo de los últimos lustros no ha podido solucionar o, por lo menos encauzar, este serio problema.

Hay quienes sostienen que no se trata de la falta de leyes, sino de un problema cultural como sostiene un doctor en Antropología, que brindó en estos días una charla en la Universidad Tecnológica Nacional y participó de un grupo de trabajo en la Defensoría del Pueblo. En su criterio, la solución no es imposible y lo primero que debe hacerse es reconocer que el problema es de todos.

El profesional que hace veinte años viene estudiando el asunto desde el punto de vista de su especialidad habla de una necesidad de ver que hay una distancia entre la norma y las prácticas en la que los protagonistas no asumen que son parte del problema, es decir que para ellos son los otros quienes tienen que cumplir las normas. Apunta que la prevención tampoco está incorporada y se representa en forma abstracta y que se toma conciencia de ella cuando sucede un accidente. Hizo hincapié en la importancia de capacitar a los docentes para que ellos mismos puedan objetivar sus prácticas. "El sistema ya está en funcionamiento; somos grandes y ya estamos como indisciplinados. El chico no; pero lo que pasa es que el chico ve al papá y a la mamá que no se ponen el cinturón... Nuestro problema de grandes es objetivar las prácticas que hacemos. Es como el alcohólico anónimo, como el adicto... primero tenemos que reconocer que lo hacemos", señala. En su opinión, el Estado debe efectuar una campaña de educación y comunicación muy buena, con un núcleo ideológico breve y fuerte. "Para eso tiene que haber consenso de los poderes y eso lleva tiempo. No hacer caer el cambio sólo en infraestructura o en educación, o en la sanción, sino todo al mismo tiempo: la educación es muy importante, porque nos implica a todos, jóvenes, viejos, fuerzas de seguridad, funcionarios... es desnaturalizar lo que hacemos y reeducarnos", dijo.

Nos parece una interesante propuesta para abordar este problema crónico que afecta a un sector importante de la sociedad. A menudo se ha cuestionado que las campañas de concientización no son constantes, por lo tanto pierden efectividad a lo largo del tiempo, como sucede, por ejemplo, con el uso del cinturón de seguridad o del casco, que en más de una década no ha sido posible imponer como hábito. Ello significa que algo se viene haciendo mal desde hace mucho tiempo.

Si bien desde hace poco tiempo, han comenzado a impartirse nociones de educación vial en algunas escuelas, la obtención de la licencia de conducir -incluyendo a los menores- se puede obtener sin pasar previamente por un curso exhaustivo con una evaluación exigente, como sucede en otros países. Quienes deben renovar el carnet tampoco están obligados a rendir un examen. La realidad muestra que las sanciones no son lo suficientemente onerosas como para desalentar la reincidencia. Toda persona -funcionario incluido- debe saber que el carnet es un permiso que le da la sociedad para manejar un vehículo y debe hacerlo con responsabilidad porque corre el riesgo de matar a alguien. La preservación de la vida debería ser tal vez el punto de partida de esta cuestión.