La derrota de Paula Ormaechea ante la estadounidense Bethanie Matthek-Sands por 4-6, 6-1 y 6-3 marca el final para la representación argentina en los singles de Roland Garros 2013. Más allá de las ineludibles referencias históricas y la distinta mirada para la situación general de hombres y mujeres, el caso de la jugadora de Sunchales merece unas líneas en particular.
Llegada desde la clasificación, alcanzó por primera vez un main draw (cuadro principal) del segundo Grand Slam de la temporada y, en un gran escenario tenístico, exhibió lo que ya nos había mostrado en sitios menos trascendentes.
Es intensa, activa, aguerrida. Tiene una buena movilidad física y una gran coordinación general para mover su cuerpo y pegarle a la pelota. Con eso compensa en cierto modo algunos de esos centímetros que le faltan cuando de buscar potencia se trata. Todo esto se ve fácil, queda muy claro, no se necesita ser un gran conocedor de la materia para percibirlo. Tampoco cuesta sentir el carisma que le brota cuando habla, camina, entra a una cancha, se acomoda el pelo o festeja un punto apretado.
Pero Paula es mucho más que eso. Desde bien chiquita ha mostrado una claridad muy profunda. Sabe detectar con llamativa naturalidad situaciones y momentos que hacen a un partido. Y desde esa inteligencia, suele tomar diversas decisiones, casi siempre acertadas. ¿Será por eso que no tiene entrenador? ¿O será que no lo tiene porque tampoco tiene plata? Las respuestas pendientes permiten espiar una situación preocupante.
Verdaderamente cuesta creer que quien es la principal esperanza del tenis femenino argentino, quizá también del latinoamericano, necesite meter una impensada tercera ronda de Roland Garros para llamar nuestra atención.