Cada vez que una denuncia de corrupción, de una irregularidad o una sospecha atravesó la gestión de José Alperovich, el gobernador se puso de escudo (Pablo Yedlin y Juan Manzur lo saben más que nadie), y dio la cara por quien fuera el blanco del dedo acusador. No hubo forma de que el mandatario soltara la mano de su funcionario o lo dejara librado a su destino, salvo que no fuera de su equipo más cerrado (Mercedes Paz entendió también ese mensaje). La teoría del gobernador era quedarse callado, no abrir la boca y, en todo caso, él era el único que expresaba algo, si hacía falta. Y por lo general, lo único que decía era que ya hablará la Justicia; y le terminaba echando la culpa o a la prensa o a la oposición. En síntesis: de los errores, de las fallas o de los actos de corrupción, no hablaba.

En los últimos días se le vino la estantería encima. A las críticas que ya se le habían hecho a Sara Alperovich durante un acto de La Bancaria -mediante una ex prestadora del PAMI- se sumó una crítica del diputado nacional Juan Casañas, quien mostró cobros de la hija del mandatario en la obra social de los abuelos. El matrimonio más poderoso de Tucumán recibió el golpe y salió a defender a su hija. Pero el golpe del radical -que intenta ser reelecto en el Congreso- fue muy duro. "Yo creo que se pasan de la raya; bueno, pero qué se le va a hacer. Esto es por lo que uno muchas veces se pregunta si sirve dar la vida por esto (la política), cuando meten de por medio a los hijos". Así habló el corazón delator del gobernador. Durante la semana, la senadora Beatriz Rojkés habría bramado y también se preguntaba si aquella política de silencio de su marido era la correcta. El "sijosesismo" alperovichista funciona a la perfección para responder órdenes y beneficios, pero se llama a silencio cada vez que deben salir a defender a los Alperovich. ¿A eso los acostumbró el gobernador o la obsecuencia no tiene solidaridad?

Gran década
Lo que dijo Casañas no fue tan importante como el daño interno que causó. La mirada de los gobernantes es cada vez más corta. Antes de proyectar un destino lejano se miran el pupo.

Exactamente, lo mismo pasa con la llegada de la dékada. La Argentina no es sólo la discusión de entrecasa. Si así lo fuera, los problemas serían pequeñitos; y en todo caso, la basura se podría barrer y dejar bajo la alfombra. Estos 10 años fueron una gran década para Latinoamérica. Sus países crecieron notablemente. Bolivia no es el caserío que antes se subestimaba. Perú se pone de pie a sus anchas, con firmeza. A Brasil hay que tratarlo de usted. Venezuela, mientras vivió Chávez, manejó la batuta. Chile y Uruguay no son los hermanitos menores a los que había que cambiarles los pañales. Latinoamérica no anda andrajosa por el mundo rumiando sus males.

En nuestra Argentina, sin embargo, nos miramos el pupo. Vivimos un 25 de Mayo dividido. No es de todos: es nuestro o de ellos. Se ha instalado un paradigma "amigo-enemigo" que divorcia amigos e interrumpe para siempre charlas de café, almuerzos, cenas o reuniones familiares. Una de las dificultades más fuertes de funcionarios rápidamente enriquecidos es que la desesperación por aprovechar el presente les acorta la visión a largo plazo. No es un problema de oculistas, sino de humildad ante la tarea que el bien común les pone en cada acción de gobierno. Si se dieran cuenta de que en el océano de la historia son apenas una gotita, otra sería nuestra realidad. Tal vez Latinoamérica se ha hecho mayor de edad porque ha hecho camino al andar sin detenerse a mirarse en el espejo.

El botón de muestra
Esa soberbia es la que impidió a muchos entrar en el teatro Alberdi la noche del viernes. La Universidad Nacional de Tucumán (no su rector, autoridades actuales o políticos amigos de esa gestión) había invitado a todos a unirse para comenzar a pensar, a vivir y a recrear el Centenario de una de las instituciones que más orgullo les despertó a los tucumanos. Fue la UNT la que creó hijos dilectos que hicieron trascender a la provincia. Sin embargo, el discurso de Juan Cerisola no pudo ser escuchado por los hacedores de la provincia porque simplemente faltaron a la cita. Una muestra más del desencuentro.

Un derecho torcido
Ignacio Mazzocco puso el dedo en la llaga. Se dio cuenta de que una inmensa mayoría de los argentinos conoce sus derechos, pero no puede hacerlos valer; o en todo caso no los conoce, y llega al mismo destino que los primeros. Después de revisar cada uno de esos derechos, este abogado máster en derecho terminó escribiendo un libro que no tiene título en su portada y sí en la contratapa: "La noble igualdad". En la página 155 recita que cuando se piensa en los derechos fundamentales lo primero que se nos ocurre son los derechos a la vida, a la salud, a la vivienda… "El derecho de acceso a la información ni siquiera surge luego de un rato de pensar (...) El Estado tiene que usar los recursos que sean necesarios para que la gente tenga acceso a toda la información que sea importante para sus vidas y que les permita hacer cumplir el resto de sus derechos (...) El acceso a la información pública también es de gran importancia para controlar a los que trabajan en el Estado. Por ejemplo, tenemos derecho a saber cuánto recaudan y cuánto gastan los que trabajan en el Estado". En estos últimos años no ha sido fácil llegar a algunos datos, pero en el municipio de la Capital se ha convertido en una verdadera guerra entre el concejal radical José Luis Avignone y el intendente Domingo Amaya. El edil que se desgañita refunfuñando contra el lord mayor (menor para él) ha recurrido a una escribana para constatar que le niegan los informes que él pide. Con ese documento irá ahora a Tribunales para denunciar al intendente. Sin ponerse más colorado, Amaya sostiene -a sus amigos, no públicamente- que la batalla con Avignone es por una cuestión de educación, y que mientras el radical no cambie sus formas seguirá sin encontrar los informes que tanto lo desvelan. Es que el paradigma amigo-enemigo respira en todos lados. Lo más sano para una democracia sería que un edil opositor pudiera acceder a la información sin problemas para beneficio de la ciudadanía. Y, si fuera como bisbisea Amaya, corrija las formas impropias. Pero nada de eso sucede, y nuestra democracia se descascara.

El desvío obligado
En estos tiempos, en medio de las obras, la obsecuencia a la Nación y la dependencia a un unitarismo disfrazado de federalismo, ha tomado demasiado protagonismo el despotismo y nepotismo. Friedrich Hayek, en su escrito "Derecho, Legislación y Libertad" advierte que "si por democracia se entiende dar vía libre a la ilimitada voluntad de la mayoría, en modo alguno estoy dispuesto a llamarme demócrata". El nepotismo también ha echado raíces y no hay ciudad en la provincia ni institución donde los esposos o hijos no estén superponiéndose para el cuidado de intereses que parecen más personales que públicos.

En las encuestas que tanto le gusta esconder al gobernador hay una verdad ineludible: las desviaciones institucionales y las prepotencias ya no se toleran como antes. Hay una clase media ofendida. Los "sijosesistas" afirman que esta preocupación se la han hecho saber en la Casa Rosada. El humor social no es el mismo de otros tiempos, aún cuando se sigan emocionando con grandes reuniones como la de ayer en la plaza de Mayo. Son esas mediciones las que han puesto todos los semáforos en alerta a los alperovichistas. Mientras buscan la salida a este laberinto se muestran más cerca de Amaya, tratan de que Betty se calle lo más que pueda, y decidieron que Alperovich sea candidato trucho, pero candidato al fin. El alivio para ellos es que la oposición va en un auto que no arranca.

Desubicados
Este 25 de Mayo que convoca multitudes y que invita a revisar valores, pensamientos y acciones no es ajeno a los dirigentes de la oposición, que si algo han aprendido en la última década es masticar frustraciones. A ellos también les es imposible tomar conciencia de que son un granito de arena en el desierto. Cada uno se siente protagonista infalible e ineludible en la construcción del futuro. En la provincia los dirigentes del socialismo, del radicalismo, del PRO, del bussismo saben muy bien cuál es el discurso apropiado para las circunstancias. Pero ninguno sabe bien para qué. El egoísmo desnuda los espíritus de José Cano, de Rodolfo Succar, de Alberto Colombres Garmendia, de Ricardo Bussi y de otros que se miran el pupo, y no piensan que esta es una provincia de una Argentina enojada en una Latinoamérica que crece.