Jorge Luis Borges escruta perturbadoramente a Horacio González en la Dirección de la Biblioteca Nacional. Esa escena inverosímil ocurre "de verdad" gracias a los impulsos desconocidos que se empeñaron en colocar allí un retrato del erudito que dejó el cargo de director en 1973, justo cuando el peronismo -que abominaba- volvía al poder. A diferencia del escritor Borges, el sociólogo González ha sido siempre peronista e, incluso, ha devenido en exégeta de la última versión de ese movimiento político.

La "presencia" intimidante del creador de "Ficciones" no incomoda al hombre que conduce la Biblioteca desde 2005 y anima Carta Abierta, círculo de pensadores afines al oficialismo. "Los Kirchner son un momento singular de la historia", define González tras precisar que los hechos transcurren en forma vertiginosa, y que el estado de conflicto latente y explícito no hace fácil analizar la década pasada.

Pero este condicionamiento no le impide caracterizar a Néstor Kirchner como el personaje novedoso surgido del agujero negro de la crisis de 2001. Tomándose todo el tiempo del mundo construye el siguiente retrato: "esa figura tenía una intuición que terminó siendo acertada. Fue un cultor de lo inesperado. Entonces: recompuso la economía, promovió la justicia sobre el pasado y pensó una nueva fuerza política, la transversalidad, cuyo fracaso lo obligó a recostarse en el Partido Justicialista".

Restañar heridas. Imponer una informalidad inédita en la escena presidencial. Generar situaciones acusadas de decisionistas, en el sentido de adoptar medidas urgentes y graves sin consultar a las instituciones parlamentarias y políticas. Toda esa acción ve González en él, como llama la presidenta Cristina Fernández a su marido fallecido en 2010.

Ese santacruceño ignoto sumó ingenio, informalidad, atrevimiento y capacidad para revisar el pasado, inclusive su propio pasado, según González. "En la Casa Rosada ya no es más el gobernador que había hecho una vida provinciana sin enfatizar la cuestión de los derechos humanos ni destacarse por nada en especial en Buenos Aires, salvo la presencia de su mujer como senadora. Pero Kirchner origina una corriente nacional cuyo nombre es kirchnerismo, que tiene un contorno difícil de determinar porque está dentro del peronismo, aunque también es posible pensar que el peronismo está dentro del kirchnerismo", propone. Tal elucubración responde a la realidad de un oficialismo con aliados y enemigos en el Partido Justicialista, que, no sin embargo, difícilmente podría desprenderse del aparato peronista sin sufrir una significativa reducción de su base electoral. "Allí hay una cuestión pendiente de resolución básicamente porque el kirchnerismo tiene una enorme soltura para tomar decisiones sin sentirse condicionado o lastrado por el partido y eso le genera problemas", advierte González.

El otro cuadro
Los Kirchner que "pusieron de moda" la letra "K" (signo que desagrada a González por su dureza cuasi dictatorial) actualizaron también memorias irresueltas del pasado. El intelectual de culto de las filas oficialistas opina que el matrimonio gobernante planteó un horizonte con palabras ya pronunciadas por los nacionalismos populares (liberación, emancipación, independencia económica, soberanía...) e incorporó los derechos humanos y la tensión con la prensa. Respecto de la penúltima cuestión, González considera que el gesto máximo fue la orden de descolgar el cuadro del ex dictador Jorge Rafael Videla: "Kirchner hizo política en la era de los medios de comunicación, que tienen gran capacidad para captar signos buenos o malos y propagarlos de inmediato. Aquel acto resultó inesperado y setentista, y, efectivamente, despertó enorme interés. Después no hubo nada parecido. El cuadro de Videla fue descolgado en el propio Colegio Militar de la Nación por medio del comandante del Ejército: de esta forma, el presidente reafirmó su condición de jefe de las Fuerzas Armadas y el final de la influencia de los militares en la política".

Derechos humanos y nacionalismo popular entroncan con la secuencia que empezó por la resolución 125 y el intento de aumentar las retenciones al agro; prosiguió con el "¿por qué estás tan nervioso, Clarín?" (2009) y siguió con el planteo de la necesidad de "democratizar la Justicia". "La cuestión agraria, la comunicacional y la judicial son los eslabones maestros del discurso kirchnerista y el origen de la actual escisión que exhibe el país, que tal vez recuerde los tiempos previos a la caída de Juan Domingo Perón o de Hipólito Yrigoyen". Considera González que hay una discusión delicada donde las reformas propiciadas por el oficialismo o son cambios que cierran la atmósfera política y la someten a la arbitrariedad o, efectivamente, suponen una democratización: "lo que el Gobierno hoy llama democratizar, la oposición denomina dictadura".

Con voz queda y algo ensimismada, el director de la Biblioteca Nacional repite que en la historia argentina no hay tantos antecedentes de una confrontación de esa naturaleza: "las posibilidades que tenemos son la radicalización, donde alguien gana o pierde, o el establecimiento de nuevas instancias de diálogo donde la argumentación pueda refinarse un poco más".

Aprendizajes
Ese momento histórico singular que es (o fue) el kirchnerismo dejó a González la impresión de que el país aprendió que es posible la intervención del Estado en cuestiones cruciales de la economía. "Hay distintos niveles de aprendizaje y no se aprende una sola cosa ni todos aprenden lo mismo. Pero la acción más notoria es el pasaje de los fondos de las administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones al Estado: no creo que en el futuro se vuelva sobre esos pasos", pronostica. Y dice que el Gobierno promueve, dentro del capitalismo, un desarrollismo con inclusión social: "un industrialismo que rompa la idea de que este es un país sojero y nada más. Argentina no puede estar en manos de un monocultivo que a corto plazo terminará sometiéndola a China".

En ese terreno, el autor de "Retórica y Locura, Para una teoría de la cultura argentina" entrevé el pasaje de un régimen económico con predominio del poder financiero en general, y de banqueros y empresarios con capacidad para influir decisivamente sobre la política, hacia otro donde el sector público arbitra los intereses privados. Ese desarrollismo con inclusión social ha dividido al empresariado: González afirma que eso no es positivo en la medida en que advierte grupos que, por medio de maniobras en el mercado del dólar, pretenden debilitar al Gobierno hasta el punto que haga insoportable su prosecución.

"A diferencia del chavismo en Venezuela, el kirchnerismo no dio el paso de llamar 'socialismo' a su modelo. Esa palabra no existe para el Gobierno, que tiene diversas corrientes internas, como el desarrollismo estricto de Mercedes Marcó del Pont, presidenta del Banco Central; la línea jacobina juvenil ligada al Estado, que vendría a ser La Cámpora, y distintos sectores culturales de izquierda... Pero esta división también existe en la oposición. Y entre unos y otros, la gran tensión es quién controla los medios de comunicación", concluye imprevistamente.

La mirada de González identifica, por un lado, una insistencia del Gobierno en accionar sobre la prensa mediante una ley y, por el otro, un grupo, Clarín, que lucha políticamente sin importarle la veracidad o seriedad de lo que dice: "apela, por ejemplo, a la representación de bolsas de dinero... Decir que en el mausoleo de Néstor hay una bóveda implica mezclar lo fúnebre con lo eclesiástico y lo financiero: allí se junta la gran metáfora de la muerte y de la corrupción".

También ve que el adversario político más organizado del kirchnerismo está en un programa de televisión (teléfono para "Periodismo para Todos", de Jorge Lanata), y concede que la investigación y la sanción de la corrupción puedan ser déficits de esta década, junto a la cuestión minera-ambiental e indigenista. Pero dice que una cosa es el caso concreto de confusión del patrimonio público con el privado y, otra, la denuncia de corrupción sin pruebas y por influencia del pensamiento mitológico que renace durante las crisis económicas, y que sostiene que todo Gobierno y todo político son corruptos.

"La elección de octubre definirá buena parte del valor de esta década. Ahí se juega la continuidad del kirchnerismo porque en este país hay demasiados interesados en que Cristina Fernández no termine su mandato. Quizá nadie quiere un golpe, pero la lucha está planteada en términos descabellados. En la medición de fuerzas se verá si esta prédica tan dura de los medios de la oposición es trasladable a los votos. Lo dejo como una cuestión abierta", reta González y, al igual que Borges, que lo ha "escuchado" todo, se refugia en el silencio.

LIBERTAD DE PRENSA
EL MATIZ AUSENTE

"Es difícil medir si hoy gozamos de más o menos libertad de prensa y expresión que hace una década. No hay derechos absolutos; siempre aparecen condiciones. La libertad de prensa supone un ejercicio de convivencia ininterrumpido con un conjunto de derechos que se van cruzando entre sí permanentemente. Si tengo que comparar con la dictadura militar, es obvio que en el presente somos más libres que entonces. Yo diría que en este aspecto vivimos la continuidad del Gobierno del ex presidente Raúl Alfonsín: tenemos libertad de expresión con fuerte discusión política. Quienes denuncian que esta está amenazada o en peligro lo hacen acudiendo a ideas apocalípticas dentro de las páginas de un diario: tomemos esa práctica como un ejercicio de libertad de expresión, y como la confirmación de que esta existe dentro de una Argentina binaria y dicotómica. No es fácil encontrar matices en la prensa ni reconocimientos de los aciertos ajenos y de las cosas que el contrario hace bien. Eso no ocurre ni en La Nación ni en Tiempo Argentino".

JUSTICIA
LEJOS DE LA DICTADURA

"Respecto de 2003, puedo decir que hoy tenemos mejor debate sobre la Justicia. Las últimas reformas al régimen de las medidas cautelares probablemente favorezcan una mejor democracia, aunque en última instancia esto siempre dependerá de cómo sean usadas las leyes. La cuestión de la enmienda al Consejo de la Magistratura de la Nación (el oficialismo impulsó el aumento del número de miembros, y la elección directa de los consejeros jueces, abogados y académicos) es más delicada y habría que ver cómo funciona el voto popular en la selección de los magistrados. En principio, me parece una alternativa interesante aunque no considero correcto que todos sean del mismo partido. Sería una situación nueva para la Justicia y no es cierto que eso sea el inicio de la dictadura. Y también hay que definir cómo actuarán esos jueces para que no estén sometidos a los partidos políticos. Todo lo veo remitido a la voluntad de debatir un tema con gran potencial para renovar a una Justicia enmohecida, burocrática, con jueces que expresan intereses sectoriales y estudios jurídicos que dominan bloques judiciales enteros".