BUENOS AIRES.- El procedimiento de congelamiento de precios que impuso y ahora prorroga el secretario de Comercio, Guillermo Moreno ha fracasado en la historia de los últimos 60 años, una y otra vez.
Pero, además de no aceptar que le atrasa el reloj, la marca registrada del funcionario, como en el caso de la tarjeta Supercard, es avanzar en todos los terrenos atropelladamente, con oscurantismo, imposiciones, arbitrariedades y mucha demagogia.
Es así, como gana habitualmente todas las pulseadas dialécticas contra sus interlocutores, a quienes involucra en un submundo que lo apasiona, el de la burocracia y los controles. Y a muchos convence de variadas maneras.
Entre sus tácticas está la de amenazar, telefónica o personalmente, a quienes no se allanan a su manera de pensar. En ese aspecto, Moreno es un convencido cruzado de apasionada verba, que a veces ladra más de lo que muerde, aunque los que lo tratan dicen que su inflexibilidad es absoluta.
Esta característica de su conducta, evidentemente lo aleja del factor diálogo, un valor que el nuevo Santo Padre ha pregonado siempre. La mención alude a que, justamente, Moreno fue el primer funcionario que saludó la llegada de un "papa peronista", aún antes de que el Gobierno en pleno virara en ese sentido.
Al secretario le da lo mismo que su interlocutor sea un gran empresario, un gerente o una PyME. A todos, tratará de ordenarles qué hacer o si se resisten les dará zanahorias varias que ayuden a convencerlos. Una promesa de viaje milagroso a un país ignoto en misión de negocios, un coto de caza que ayude a parar la importación o promesas de futuras flexibilizaciones, no sólo de precios, sino de giro de utilidades, como lo que aspirar obtener los supermercados extranjeros.
De allí, que con la excusa de que pese a todo hay que seguir haciendo negocios, muchos empresarios pasan a ser frágiles corderitos, cuando no cómplices. Hasta las cadenas de supermercados se han atrevido a quitar los avisos de los diarios independientes, aunque ello signifique no comunicar las ofertas a los clientes, la razón de ser de sus ventas.
Y a los que no se allanan plenamente, como es el caso de las tarjetas de crédito, se los ataca con una competencia desleal que ya se verá si se torna efectiva, porque los supermercadistas seguro que tuvieron el tino de preguntar quién los iba a compensar cuando un comprador llegue a la caja con un plástico tradicional y se le diga que no podían venderle.
Ahora, viene el tiempo de instrumentar esta tarjeta propia, con muchas dudas para los usuarios, probablemente fruto de su apurado diseño, casi como si fuera una venganza ejercida contra los bancos.
No hay nada escrito -otra característica de Moreno- pero: ¿cuánto costará el seguro? ¿Y el mantenimiento? ¿Y la renovación? ¿Quién se hará cargo de la mora? ¿La reducción de la comisión bajará los precios? Sería interesante que, con mucha transparencia, los propios supermercados contesten estas preguntas y otros interrogantes sobre el congelamiento (¿Es sobre todos los productos? ¿En relación a febrero o a abril?) que se esconden en el opaco procedimiento que han protagonizado sólo para agradar a tan particular funcionario.
A los súper no les importó ponerse de espaldas de los consumidores, negándoles la libertad de consultar los precios por los medios y que elijan la tarjeta de crédito que quieran tener.
En el colmo del derrape, su mayor preocupación fue transmitir que los procedimentos que se le atribuyen a Moreno son un "mito urbano", porque nunca vieron "un puñal" en el despacho del funcionario. Desde ya, que no ha sido necesario porque se han dejado correr con la vaina, nomás. (DyN)