Era de madera y bien amargo. De esos que queman la garganta sin compasión y que espantan a los dulceros. Pero estaba rico, muy rico. De hecho, era irresistible. Tanto, que si la ronda se demoraba, la impaciencia empezaba a asomar. Es que por más mediocre que sea, un mate lejos de Argentina siempre se disfruta como el mejor cebado. Y quizás el secreto de este en particular no estaba en ningún aspecto sensorial. Sino que llegaba más profundo que los cuerpos mismos de quienes lo tomaban. Calentaba el espíritu. Con cada sorbo áspero, Matías González y María Emilce Campano sentían que estaban tendiendo un puente por encima de los muros arrogantes de El Vaticano. Un puente que los acercaba a Francisco, ese hombre sencillo al que también le gusta matear y al que escuchaban predicar en Luján. Antes, claro; cuando todavía no le había llegado el momento de robarle la atención y el corazón a millones de personas en todo el mundo.
Ayer a media mañana, Matías y María Emilce, oriundos de Lanús, arrancaron la mateada en el corazón de la plaza de San Pedro. Sentados bajo un sol no demasiado generoso, se pasaban el mate sin imaginar que ese pequeño objeto se iba a convertir en una especie de faro para atraer a los pocos argentinos dispersos por la explanada. Pero no les molestaba. Al contrario. Aprovechaban la oportunidad para contar el curioso vínculo que los une al nuevo Papa: las maratones.
No, el Sumo Pontífice no corre (al menos, no competencias de este tipo). Pero Matías, un vendedor de seguros de 28 años, sí. "Todos los años hago la procesión a Luján. Pero voy corriendo. Y siempre escuchaba las misas de Bergoglio, porque él las presidía. Mirá lo que son las cosas: vinimos (María Emilce es su pareja) a correr la maratón de Roma (se realiza hoy y es una de las más importante de Europa) y justo él se convirtió en Papa", se sorprendió.
Al igual que la mayor parte de los argentinos que hasta ayer daban vueltas por la sede de la Iglesia Católica, lo de ellos fue pura casualidad. "Organizamos el viaje a mediados del año pasado, porque tenía que cumplir muchos requisitos para ser aceptado como participante de la carrera. Nos enteramos de quién era el Papa al bajarnos del avión en Madrid. El vuelo estaba repleto de argentinos, uno prendió el teléfono y le llegó un mensaje de texto. No sabés cómo festejamos", refirió.
Es que más allá de la fe, ahora ser argentino es casi una bendición en Roma. "¡Igual que el Papa!", exclaman los italianos. Y así, algunos compatriotas recibieron descuentos en bares; otros, gentilezas, como este cronista, al que una anciana guió hasta la puerta del hotel (difícil de encontrar, por cierto) ¿La razón? Francisco logró algo sumamente complicado, según el sacerdote mexicano Juan de Dios Olvera: se ganó a los romanos. "Y eso no es cosa fácil", subrayó.
Olvera es un sacerdote de la arquidiócesis de México DF que llegó a Roma junto con un grupo de monjas para asistir al desarrollo del cónclave. Y es uno de los tantos latinoamericanos que se sienten identificados con Francisco. Porque no son únicamente los argentinos los que sacan pecho en las calles vaticanas. "Sin dudas, es más cálido que sus antecesores europeos. En realidad, se nota que es bien latinoamericano. Lo vamos a esperar en las Jornadas Mundiales de la Juventud que se hacen este año en Río de Janeiro", se ilusionó medio en inglés, medio en portugués y medio en español Tadeu Cabral, un ingeniero brasileño de 26 años que recorría la plaza de San Pedro junto con sus amigos y colegas Rodrigo Ferreyra y Cristiano Dobscha.
El padre Olvera ensayó un análisis para intentar explicar el impacto positivo de la figura de Francisco. "En primer lugar, se los ganó a los romanos con el nombre que eligió: San Francisco de Asís es una figura emblemática en Italia. Y con esa elección asumió un compromiso muy grande. Además, sus gestos de sencillez son especiales. Por suerte, aunque ahora hable en italiano, los latinoamericanos percibimos su acento argentino. Estamos muy orgullosos y contentos", se rió.
Curiosamente, mientras la yerba de Matías y María Emilce se lavaba, dos pantallas gigantes ubicadas en la explanada de la plaza de San Pedro mostraban la audiencia en la que Francisco recibió a 6.000 periodistas acreditados. Una argentina le regaló un mate. Seguramente, a más de un compatriota le habrá dado ganas de cebarse unos amargos con él.