"Si no estuviera convencido de que el arte cumple un rol movilizador social, no estaría en esto desde hace tantos años". Jorge Orta cree, definitivamente, que el arte puede cambiar la sociedad, los comportamientos de las personas, porque además, como él mismo lo admite, todo su trabajo parte de dos manifiestos, un término que pocos artistas se atreven a usar en estos tiempos. "Elegir el arte fue un compromiso de vida, veo un potencial movilizador porque vengo de las utopías fundadoras de los 60 que, en muchos casos, se han frustrado", destacó.

Orta llegó el martes a las 18 a Tucumán, se reunió con algunos artistas en el Museo Timoteo Navarro, realizó una performance y cerca de las 22 continuó su viaje. Acompañado de un equipo de asistentes y videastas, él emprendió una travesía que se inició en La Paz, continuó en los límites de Catamarca y en la frontera con Bolivia, e incluye puntos tan distantes como el Calafate y Rosario. En el camino sembró miles de semillas de diferentes árboles, con acciones que quedaron registradas por las cámaras y que se presentarán en la nueva edición de la Bienal del Fin del Mundo, programada en agosto en Ushuaia.

- Entonces, ¿qué es el arte?

- Qué pregunta... El arte tiene la capacidad de modificar los comportamientos sociales, pero yo, que tengo algún conocimiento científico, no separo la ciencia del arte; trabajo con un método. Desde que me inicié me he preocupado por estar en las vanguardias, en la experimentación y en renovar el lenguaje. Puede decirse que estoy muy vinculado con un arte social.

- ¿Te preocupan las técnicas?

- Para nada, las técnicas no son el problema, sino el discurso que se genera, sea desde las instalaciones o de la cerámica. Puedo decir que hoy, después de muchos años, tengo un equipo de colaboradores y de espacios en los que trabajo permanentemente. Antes, cuando vivía en Argentina, abordaba esta problemática, pero luego, en Europa, la problemática es mundial. Ahora justamente hay una exposición en Estados Unidos en la que se plantea la cuestión del agua. Y en la Bienal de Shangai tengo unas instalaciones en la que purifico el agua…

- ¿Qué artista tenés como referente? ¿Duchamp? ¿Cómo ves el arte contemporáneo?

- Bueno, Duchamp es como muy del pasado. Me ubico en la continuidad de Joseph Beuys (artista alemán de los 60 y 70). Y con respecto al arte contemporáneo, es un fiel reflejo de la sociedad: hay mucha verdad y mucha mentira, mucho chanterismo y seriedad… Como la sociedad misma.

-¿ Darías un consejo a los jóvenes artistas?

- Claro. El arte no está hecho para todos, es un sacrificio y renuncia permanente, algo a lo que te tenés que entregar totalmente. Si uno lo elige, hay que jugarse el todo por el todo. Digo, está bien que uno juegue al fútbol los domingos, pero con eso no te vas a convertir en jugador de fútbol. Me parece bien que haya que gente que pinta los domingos. Pero hay que ser profesional. El arte es a todo o nada.

- ¿Qué pensás del mercado del arte?

- Es una mentira donde lo único que interesa es ganar dinero, ahí a la gente no le interesa el arte. Siempre he sido muy crítico de la comercialización. Pero ahora tengo un pie en ese mercado. Te aclaro: el 90% de mis obras no se comercializa, pero el resto se paga muy bien.

- En un reportaje al diario "La Nación" habías dicho que "Argentina es como una mujer infiel".

- Bueno, esas son cosas que ponen los periodistas… No busco reconocimiento, pero en verdad creo puedo aportar más y para mí es una frustración no poder retribuir aquí lo que hago… Lucio Fontana, que nació en la Argentina, en Rosario, se crió en la casa de mi abuelo, y fue el más grande artista italiano del siglo. Nunca tuvo una exposición en la Argentina.

- ¿No te invitan los museos?

- Como yo entiendo lo que tiene que ser una invitación... No, no me invitan.


Inesperada performance, con grito silencioso

Cuando ingresó a la sala central del Museo Timoteo Navarro, Jorge Orta se mostró sorprendido, e inmediatamente hizo modificar el escenario que le habían preparado. Pero él no fue el único: también el público que había asistido a la charla se sorprendió. Es que el artista hizo repartir a cada uno de los asistentes un papel con la consigna de que debían escribir en una palabra lo más fuerte que quisieran decir.

Posteriormente, los llevó a todos al patio detrás del museo, donde no permitió fotos. Allí hizo que cada uno, con toda su fuerza, gritara en silencio la palabra que había escrito, y en diferentes posiciones, como enviándola al universo.

Mientras, el videasta que acompañaba a Orta filmaba la escena de la performance, imágenes que posiblemente utilizará en su próximo trabajo en la Bienal del Fin del Mundo.

¿Ejercicio de relajación? ¿Técnica de respiración?

Sea lo que fuera, algunos se emocionaron y otros, por lo bajo, criticaron.

Luego, de regreso a la sala, el artista habló de sus experiencias artísticas en el mundo.