Hay algo que está claro: digan lo que digan los agoreros, el Rey Momo está bien vivo. Y la evolución de los modos de vestir, de bailar y de jugar mantiene un denominador común que es, en definitiva, el mismo en todo el planeta desde tiempos inmemoriales: la alegría de la celebración; el dejar de lado "por cuatro días locos" la realidad cotidiana.
De un memorioso
Desde la década del 40 nos trajo sus recuerdos Alberto Dahan. Cuenta orgulloso que animó fiestas, especialmente las de Carnaval, desde 1946 hasta 1971. "En la década del 40 las chicas iban con sus madres, estrenaban vestidos y apostaban su futuro sentimental en esas fiestas; los varones, de reglamentario traje, esperaban a que apagaran un par de luces para escapar del control y bailar unos boleros", cuanta apasionado, a sus casi 87 años. "Llegaban a juntarse 1000 parejas; y no había taxis, así que todos se iban caminando, en grandes grupos, de vuelta a su casa", añade. Recuerda algunos de los clubes donde trabajó: la Sociedad Francesa, la Italiana y la Española; Tucumán BB, Tucumán de Gimnasia. "En los carnavales todos organizaban veladas danzantes. Al primero en el que trabajé lo presentábamos así: 'Estudiantes-Bar Vidal, la fórmula ideal'".
Los 60
"Yo era adolescente -cuenta Elvira González, de la Redacción de LA GACETA-. Recuerdo que esperábamos el carnaval con mucha ansiedad; era sinónimo de alegría. A la noche, familias enteras partíamos caminando al club All Boys; apenas cruzábamos la puerta nos habían mojado. Se vendía agua perfumada y en las mesas se veían cajones de cerveza. Se bailaban tangos, milongas, cumbia... Pero sin dudas la tarantela era la que más convocaba".