Estamos próximos a celebrar, una vez más, la festividad de Nuestra Señora de Lourdes, una devoción muy arraigada, junto a otras, también entre los tucumanos. Lo hacemos unidos a la Iglesia universal, en el marco del Año de la Fe al que nos ha convocado el Papa Benedicto XVI.

Iniciamos este Año de la Fe el pasado 11 de octubre de 2012 porque, en esa fecha, se conmemoraron los 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II y los 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica (cf. Benedicto XVI, Porta Fidei, n. 4). Lo culminaremos, Dios mediante, el próximo 24 de noviembre, Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo.

Nuestra mirada se vuelve, en primer lugar, a María Santísima, la Virgen Inmaculada, como la veneramos bajo a advocación de Nuestra Señora de Lourdes, porque ella es modelo de fe. Al anuncio de que daría a luz al Hijo de Dios ella respondió con la obediencia de la fe (cf. Rom 1,5), segura de que "nada hay imposible para Dios": "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (cf. Lc 1,26-38) (cf. Cat. Igl.Cat.n.494).

Hablando precisamente de la apertura del Vaticano II decía el Santo Padre: Esta celebración "es una ocasión importante para volver a Dios, para profundizar y vivir con mayor valentía la propia fe, para reforzar la pertenencia a la Iglesia "maestra en humanidad", que, a través del anuncio de la Palabra, la celebración de los sacramentos y las obras de caridad, nos guía para encontrar y conocer a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre" (Benedicto XVI, Audiencia General, 17 de octubre de 2012).

Lo que propone el Papa a todos los fieles está, de algún modo, incluido en el Mensaje de Lourdes. El Papa nos exhorta a "volver a Dios". Cuando la Virgen se aparece a Santa Bernardita le pide la oración por la "conversión de los pecadores". El mensaje de Lourdes es de penitencia, de oración, de conversión. Eso es siempre válido, pero se hace particularmente importante en este Año de la Fe. La gran celebración que, una vez más, haremos en la Gruta de Lourdes en San Pedro de Colalao debemos vivirla como una invitación de nuestra Madre a volver el corazón a Dios, a hacer presente a Dios por la fe y la caridad en medio de un mundo que padece, como nunca, el olvido del Dios que, por amor, lo creó y, en Jesucristo, lo redimió.

También nos exhorta el Santo Padre a "profundizar y vivir con valentía la propia fe". El fenómeno de la globalización representa la cima de la razón instrumental, de la ciencia y de la técnica. Pero la razón instrumental no es toda la razón y ni siquiera lo más importante de ella. Los problemas de nuestra actual cultura no provienen de la técnica sino de la ausencia de Dios y de un sentido para lo trascendente.

Por ello mismo es necesario hoy más que nunca explicar la fe, porque la misma es profundamente racional y la Iglesia está llamada en la actualidad, ante todo, a despertar una aguda conciencia histórica, sin nostalgia ni vuelco al pasado. Dios tiene que volver a la plaza pública y la Iglesia debe hacer una gran contribución: dar un fundamento trascendente a la sociedad global que está surgiendo. En este sentido, afirmaba con agudeza el cardenal Ratzinger "vamos hacia un cristianismo de decisión, no de tradición" (J. Ratzinger, "La sal de la Tierra", Ed. Palabra, Madrid, 2005, p. 154).

Por último, el Papa nos invita a "reforzar nuestra pertenencia a la Iglesia" porque es ella la que "nos guía a encontrar y conocer a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre". Esto se subrayó de manera especial en el último Sínodo dedicado a "La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana". En un mundo en el que se acentúa de modo exclusivo lo individual, lo personal, lo subjetivo hay que predicar con especial énfasis la importancia del "sentido de pertenencia a la Iglesia". La Iglesia está donde está Cristo y Cristo está donde está la Iglesia. Por ello mismo la fe nos recuerda que no hay salvación fuera de Cristo y de la Iglesia. La mediación única de Cristo y de la Iglesia son dos principios irrenunciables si queremos permanecer fieles a la doctrina católica.

La fe personal se inscribe en el marco de la fe eclesial, como afirma el Santo Padre: "nuestra fe es verdaderamente personal sólo si es también comunitaria: puede ser mi fe sólo si se vive y se mueve en el "nosotros" de la Iglesia, sólo si es nuestra fe, la fe común de la única Iglesia" (Benedicto XVI, Audiencia General, 31 de octubre de 2012).

Celebremos a Nuestra Señora de Lourdes anunciando la fe, acompañada de la alegría y del servicio desinteresado a los hermanos.

Monseñor Alfredo H. Zecca

Arzobispo de Tucumán