Volver con vida.
Volver como amigos.
Volver con la cumbre.
Con esos pilares como eje, un grupo de ocho tucumanos, cuatro salteños y un cordobés emprendieron la aventura de llegar hasta la cumbre del Aconcagua a 6.960 metros sobre el nivel del mar. Una experiencia que comenzaron a vivirla un año antes mientras entrenaban en otros cerros de Tucumán y Salta como El Negrito (4.600 msnm) en Tafí del Valle, La Ciudacita (4.500 msnm) en el parque nacional Parque de Los Alisos o el volcán Tuzgle (5.544 msnm) en Salta.
Llegaron a Mendoza el 5 de enero y durante la víspera de Reyes iniciaron la travesía desde la base en la Laguna de los Horcones a 2.800 metros. "En total pasamos 14 días en la montaña. Unos 10 para subir y el resto para el descenso", comentaron los chicos. El grupo estuvo formado por: Francisco Martínez Luque, Pablo Martínez Luque, Rodolfo Sierra, Tomás Molina, Patricio Buffo, Fernando López Rubio, Sebastián Esteban, Adolfo Sanso, Francisco Carrera, Guillermo Benítez, Matías Lanusse, Joaquín Aguado y Rodrigo Jalil.
"Yo rezaba para que el clima nos acompañara", cuenta Rodolfo, de 28 años. Es que si bien habían practicado las caminatas en altura un obstáculo grande fue la nieve y las tormentas con vientos que superaban los 40 kilómetros. Pasados los 5.000 metros si se enfrentaban a ese cuadro, la expedición debía suspenderse hasta que el temporal pasara.
"La amplitud térmica era enorme. Podíamos arrancar el día con 6º y pasar la noche en las carpas con 20º bajo cero", cuentan. Para aclimatarse a la altura hicieron una parada de cinco días en el campamento Plaza de Mulas (4.400 msnm).
Frente a tanta extremidad emerge la personalidad de cada uno. No hay manera de caretearla. Por suerte, explican los chicos, la amistad sobrevivió a todo y conocerse desde antes les sirvió para darse ánimo y apoyarse en los momentos en que se caían o lloraban. Las lágrimas podían ser de emoción por subir unos metros más, de bronca por tener que decir "hasta aquí llego" o hasta de cansancio.
"Ahí arriba no pensás en nada. O solo pensás en lo importante: tu familia, cómo seguir y como derretir nieve para tomar líquido", cuentan y se ríen. Aunque suene simple, derretir la nieve para obtener agua (que después debían mezclar con sales para hidratarse) se convierte en una de las tareas centrales durante los últimos días de la expedición. Deben consumir cuatro litros de líquido diario.
Triunfos individuales
Tres llegaron a la cumbre, Rodolfo, Pablo y Guillermo, pero los 13 conquistaron el último campamento, Cólera a los 6.000 metros. Eso ya fue la gloria.
"Cada uno fue celebrando su cumbre. El hecho de haber llegado juntos a los 6.000 metros era único", comentó Francisco Martínez Luque, coordinador del grupo. Según dijo es la primera vez que un grupo tan numeroso de tucumanos alcanza ese punto de la montaña. Lo normal es que los que ascienden vayan de a dos, tres o cuatro. Tampoco es común que todos sean amigos. Muchos de los que suben se conocen abajo en algún campamento.
"Cuando llegué a la cumbre lo primero que pensé es que después de eso era capaz de todo", reconoció Pablo Martínez Luque. Mientras tanto los que habían comenzado el descenso los esperaban en el campamento base Plaza de Mulas. "Cuando los vinos con los binoculares y distinguimos que eran ellos nos emocionamos. Los sentíamos héroes", dijo Sebastián. Esa noche de reencuentro festejaron con vino, guitarreada y hasta descorcharon un champagne. Fue la primera de varias celebraciones.
La montaña es dura. Es una de las más altas del mundo, excluyendo la cadena del Himalaya. Muchos perdieron la vida al intentarlo. Mientras ellos están allí poniendo a prueba el espíritu, en sus casas las familias sufren la incertidumbre. "Lo viven con la misma intensidad que nosotros. La comunicación no es regular. Podemos llegar a pasar varios días sin hablar", cuentan.
"Cuando llegás a la cumbre, después de tanto sacrifico, te acordás de todos y te imaginás de feliz que se van a poner cuando les cuentes", explica Rodolfo Sierra.
Caminaron más de 10 días soportando los efectos de la puna: dolores de cabeza, confusión, náuseas. El frío extremo, el cansancio, la cabeza que no para de preguntarles: "¿en qué te metiste?", la mochila de 15 kilos que al final pesa una tonelada. Pero las ganas de llegar pueden más. "Dejás de caminar con las piernas y seguís solo con el corazón y la cabeza", resume Francisco.
Y así cada uno llegó a su cumbre: la personal. La que les demostró que si se lo proponen pueden lograrlo. Con vida, con amigos y con la cumbre... así regresaron.