Ser Novak Djokovic es cosa muy seria, y, por si el serbio no se hubiera dado cuenta, ayer se lo hizo notar el entrevistador del Channel 7 australiano: "¿Qué se siente al pensar que hay 7.000 millones de personas en el planeta y que tú eres el que mejor juega al tenis de todos ellos?".
Djokovic, obviamente, sonrió. "Tengo tanta alegría, estoy tan feliz y me siento tan privilegiado por jugar este deporte que amo tanto... Dediqué toda mi pasión interior y mi amor a este deporte, y es agradable recibir algo de vuelta".
Está recibiendo mucho, mucho más que la mayoría de los que alguna vez fueron exitosos raqueta en mano. Con seis títulos de Grand Slam, iguala ya a grandes como Donald Budge, Boris Becker o Stefan Edberg. Está lejos aún de los 11 del español Rafael Nadal y más todavía de los 17 del suizo Roger Federer, pero si se piensa en que tiene sólo 25 años y que de los nueve últimos torneos de Grand Slam se llevó cinco, la imagen de hasta dónde puede llegar es asombrosa. Y eso que Djokovic tiene un tenis relativamente frío, sus tiros no despiertan las pasiones que generan Federer o Nadal, aunque en sus celebraciones e histrionismo supera de sobra a ambos. El sueco Mats Wilander, ex número uno del mundo, define al serbio como "un arquero de hockey sobre hielo".
"Rechaza todo, todo le rebota. Se mueve de lado a lado rechazando, me recuerda a aquellos videojuegos de los '80 en los que una pelota iba rebotando", dijo el tricampeón de Roland Garros, que estaba ciertamente aburrido cuando promediaba la final del Abierto de Australia entre Djokovic y Andy Murray: "Esto es horrible", señaló.
Horrible o no, el título de ayer es de Grand Slam. Djokovic se consolidó como indiscutido número uno del tenis mundial al conquistar el Abierto de Australia y sumar así su tercer título consecutivo en el certamen, un logro sin precedentes en la era profesional. El serbio se tomó revancha de la derrota de septiembre en la final del Abierto de Estados Unidos y batió a Murray por 6-7 (2-7), 7-6 (7-3), 6-3 y 6-2 en tres horas y 40 minutos.
Cuatro veces campeón en Australia -lo que lo pone a la altura de Andre Agassi y de Federer- y el primero desde Roy Emerson en los '60 en ganarlo tres años consecutivos, a Djokovic comienza a pedírsele algo: Roland Garros.
Los títulos de Wimbledon y el US Open ya están en la vitrina de su casa, la Copa Davis también y para el oro olímpico tendrá una posibilidad en Río 2016 tras la plata conquistada en Pekín 2008. Pero París es su asignatura pendiente. "¿Prefiere terminar este año como número uno o ganar Roland Garros?", le preguntó la TV australiana. Y Djokovic mostró que la pregunta casi podría ofenderlo. "No tengo razones para no confiar en mí, así que iré intentando todo lo que se me cruce por el camino".
La historia le gusta a Djokovic. Le gusta ser parte de ella. "Fue con Agassi que el juego comenzó a cambiar. Aparecieron jugadores capaces de ganar Grand Slams desde la base. Fue un honor para mí recibir el trofeo de sus manos. Es una leyenda del deporte, ganó todo: oro olímpico, todos los Grand Slam, la Copa Davis...".
¿Y usted? ¿También está cambiando el juego? Djokovic optó por la modestia. "Eso se lo dejo a ustedes, muchachos. Trato de jugarlo al 100% y divirtiéndome. Tengo 25 años, seis Grand Slam... Es muchísimo, quiero disfrutarlo".
¿Por qué siempre de buen humor, por qué siempre haciendo bromas?, le preguntó una periodista china. "Es difícil encontrar una respuesta racional a esa pregunta", comenzó. "Pero tengo mucha fortuna de ser exitoso, hay muchísimos atletas profesionales en todo el mundo que no lo son. Pero todos tienen malos días, no siempre estoy de buen humor ni soy divertido", explicó. No era el caso de la jornada de su consagración, porque el serbio se disculpó con la prensa por no atenderla el día posterior a la final, como es tradicional en los torneos de Grand Slam. Lo hizo a su manera: verbalmente, y repartiendo chocolates entre los periodistas en la sala de conferencias, una "tradición" que comenzó en el Masters de Londres. Atendió entonces a los periodistas en serbio, cumplió con un par de cadenas de televisión y, a la una y media de la mañana, enfiló rumbo al aeropuerto para tomar el vuelo de las tres de la madrugada que lo depositaría en Dubai y, luego, en Bruselas. Noche de domingo, campeón en Australia, tarde de lunes, entrenamiento con sus compañeros de la Copa Davis en Charleroi. El que piense que Djokovic no lo puede todo, probablemente se engaña.