El tucumano Juan Falú propuso un momento introspectivo en la séptima noche del Festival de Cosquín. A partir de obras de caligrafía profunda y ejecución paciente, el guitarrista consiguió la ovación de una plaza que se insinuaba ansiosa y distante.
Sin concesiones a la celebración festivalera, Falú imaginó algunos recorridos musicales para Cosquín. Aunque finalmente -dice la agencia de noticias Télam- debió improvisar más de la cuenta: con oficio -y sin apelar a la demagogia- se acomodó el viernes a un auditorio heterogéneo y a los problemas de sonido.
La plaza Próspero Molina estaba repleta, con 15.000 espectadores y un perfil con predominio adolescente, jalonado por la presencia en la grilla del salteño Jorge Rojas. La expectativa a su alrededor ha logrado, en otras ediciones, empañar los climas de los artistas previos y posteriores.
El escenario de Cosquín lleva el nombre de Atahualpa Yupanqui, que es por antonomasia el artista que encarna el perfil de quien enfrenta en soledad al público, armado con su instrumento. En esa línea, que solo unos pocos recorren, se presentó el tucumano.
Convocó al silencio con una zamba recopilada por Eduardo Falú, un autor particularmente ausente en el Cosquín 2013; y luego anunció a la plaza inquieta Pastor de las nubes, de Fernando Portal y Manuel Castilla, a la que definió como "una joya alejada del repertorio mediático".
La escena se fue complicando. El sonido de la amplificación de la guitarra comenzó a molestar y la pausa que se generó despertaba el movimiento de un sector de la plaza que, aunque minoritario, alcanzaba para alterar el momento.
"Uno no puede callarse"
Mientras apuraba una solución técnica, Falú tomó la palabra y demandó justicia para "todas las Marita Verón" y sentenció que "no se trata de decir si el fallo está bien o mal, sino de una Justicia que haga justicia con los genocidas, cafishios y ladrones".
Se adelantó a las críticas de "algunos coprovincianos" que, dijo, "ya estarán enviando cartas a LA GACETA para decir que Falú se está robando unos minutos de gloria en el escenario". "Uno no puede callarse. Y si uso este momento, bien usado está", alegó.
"No la sentí fácil"
Entonces Falú hizo otro viraje que seguramente no había proyectado y acometió con una canción que no pertenece a su repetorio pero que sí es propia del clima de las guitarreadas.
Entonó Tristeza, una tonada de Pepe Nuñez, con estribillo para el que el público acompañe (¡Ay, qué camino tan desparejo! / la angustia cerca y mi niño lejos).
"Improvisé un montón, me tiré a la pileta. Había problemas de sonido y eso me hizo perder el control y apelé a la 'parrilla'", le confesó el guitarrista a Télam.
La respuesta de ese público elusivo en el comienzo fue una ovación contundente.
Falú se ganó el derecho a extender su actuación y, al cabo, acumuló 25 minutos en el escenario, un hito en el marco festivalero que año tras año le entrega insólitos 12 minutos.
"No la sentí fácil. Otros años presentí una plaza más dispuesta a escuchar", analizó Falú pasado el desafío.
El tucumano dejó el escenario. Pasaron algunos artistas más y llegó finalmente el momento, extenso y celebratorio, de Jorge Rojas. Pero la historia de la noche tenía otro protagonista.