No suelo dormir los domingos a la noche. Digo, antes de la noche que nos llama al sueño, antes de cocinarme la cena, antes del horario argentino en el que sigo cenando en los Estados Unidos. El domingo 31 de enero de 2010, cuando Tomás Eloy Martínez salió de gira definitiva, no era aún mi hora para dormir. Al decir de Borges, Algo que ciertamente no se nombra / con la palabra azar, rige estas cosas". Los años me hicieron devoto del "divino / laberinto de los efectos y de las causas, con el que el mismo Borges inicia su Otro poema de los dones, ese laberinto que existe pero que no nunca nos será dado conocer. 

Ese 31 de enero de 2010, como tituló de manera impar Ignacio Zuleta en Ámbito Financiero, "Tomás Eloy, periodista, murió a la hora de cierre". De hecho, la noticia (excepto en el caso de LA GACETA Literaria, que publicó un suplemento especial al día siguiente) recién fue publicada en los diarios el 2 de febrero. Yo no estaba cansado ese día, no tenía motivos "racionales" (palabra tan dudosa siempre, y más aún con TEM) para, como ocurrió, haberme ido a la cama de mi departamento en un lugar de Pennsylvania a las ocho de la noche del Este estadounidense, por ese entonces dos husos detrás de la Argentina. Cuando me desperté un par de horas más tarde y volví a mi computadora, me bastó ver el encabezamiento de un correo electrónico de mi amiga y colega María Griselda Zuffi: "Malas de Tomás". Me comunicaba la partida de TEM a su gira mágica y misteriosa. Sin eufemismos, de su muerte.

Mi inusual sueño entre esas ocho y esas diez no tiene otra explicación. Y, como ya he dicho que no creo en las casualidades, quizá lo más atinado -y/u otra vez, qué sabe nadie- sea comenzar por las que meramente se parecen a ellas. Empiezo, sigo, por decir que ese sueño indeciso (no decidido) tuvo un solo motivo: despedirnos con Tomás. Él me acunó para llevarme hacia la dimensión de nuestro último saludo, ateo como era/es, complementando las palabras del último correo suyo que recibí, el 28 de diciembre de 2009, el cual, entre otras palabras, dice: Querido Juan Pablo: Felicitaciones por tu tránsito al Ph.D. Que los dioses del 2010 te iluminen. Un fuerte abrazo, Tomás. 

Como dije, los domingos no duermo a esas horas. Tampoco estaba exhausto ese 31 de enero de 2010. Sólo me fui a la cama creyendo inocentemente que no sabía por qué. El mensaje de "Griyo" Zuffi empezó a hacérmelo intuir. Y, sin ser de ningún modo un devoto del pensamiento mágico, supe que Tomás me había evocado a algún lugar inasible para nuestra propia ceremonia del adiós.

Al despertarme y enterarme, otra vez me (a)saltó Borges, desde su poema Límites: ¿quién nos dirá de quién en esta casa, / sin saberlo, nos hemos despedido? Leí con vago horror sagrado el 5 de febrero, la misma, idéntica cita, en la necrología de Martín Caparrós en Crítica Digital, explícita, en letra de molde. Tan de molde como Caparrós recuerda que incluso ésa es la cita que el propio Tomás eligió para el segundo acápite de Lugar común la muerte. Yo no había reparado en ello. No, no se trata, o no solamente, de que Martín y yo hubiésemos sentido ni escrito al mismo tiempo. Se trata de TEM. 

Yo no duermo a esas horas de domingo, insisto. Una sola ¿explicación? cabe. En el abrazo que fue el tramo de nuestra vida con-junta, Tomás me llevó a dormir durante esas dos horas para saludarnos. No sé, ni sabré nunca, con qué palabras. Ni siquiera si hubo palabras. Tampoco importa. Creo (de creencia) que TEM me convidó a ese sueño, nada extraño pues, para, como canta John Lennon, "a través del universo", darme su, darnos nuestro, último abrazo de sólo hasta luego. Lo dice un agnóstico respecto de un ateo. Demasiado reales. Demasiado vivos. Y nadie rebaje a lágrima o reproche este don con-cedido entre los libros y la noche.

© LA GACETA Juan Pablo Neyret - Doctor en Literatura Latinoamericana por The Pennsylvania State University, con una tesis sobre Tomás Eloy Martínez.