Aquel día viajamos muy temprano a Amaicha del Valle para observar una obra que estaba a punto de concluir. Dos obreros que allí trabajaban nos invitaron a presenciar la señalada que tendría lugar en la casa de unos familiares suyos, ubicada en El Paraíso.
Consiste esta señalada en marcar, mediante cortes particulares hechos en las orejas de los animales, el ganado ovino o caprino nacido durante la última parición. También se hace propicia la ocasión para otras tareas, como capar los machos destinados al engorde, descornar otros animales, etcétera. Siendo un trabajo de cierta importancia, congrega a parientes y amigos, a los que el anfitrión agasaja con un asado, empanadas, "chanfaina" y otros manjares de la cocina criolla.
A mitad de camino entre Amaicha y Santa María (Catamarca) viramos hacia el oeste, en dirección al río Santa María. Atravesamos una zona de médanos pedregosos; más allá, aparecieron algarrobos retorcidos en medio de un terreno arenoso y menos ondulado. En este paisaje se alzaban las típicas construcciones de adobe dispersas alrededor de un amplio patio, entre las que se distinguía la cocina y, más lejos, el pequeño cuarto de la letrina. Detrás de la cocina podía verse el corral de palos o chiquero en el que estaba encerrada la majada y donde se desarrollaría la señalada.
Machos embromados
Luego de las presentaciones y los saludos, nos arrimamos a los palos del chiquero, donde los dueños de casa y otros invitados ingresaron llevando ramos de flores y, los menos, los útiles necesarios para la tarea. Dio comienzo entonces una pequeña procesión religiosa, que recorrió por dentro la cerca de palos mientras la gente rezaba hasta detenerse en un rincón del corral, de donde alguien exhumó una botellita que, enterrada allí desde la señalada anterior, contenía aguardiente. Luego de algunas oraciones a la Pachamama y de verter parte del aguardiente en la tierra, los invitados compartieron el contenido de la botella. A continuación se separaron los animales y, mientras unos maneaban, los más baquianos señalaban, descornaban o capaban la hacienda.
Todas estas faenas, llenas de colorido y destreza, típicas de la vida de nuestro campo, quedaron opacadas por lo que vino a continuación: curado y desatado el último de los corderos, una de las mujeres de la casa enlazó a un baquiano, al que las demás mujeres derribaron y manearon concienzudamente en medio de las risas de todos. Y luego de cortarle algún mechón de pelo y bajarle los pantalones, procedieron a un simulacro de castración. Siguieron así con dos o tres más, mientras lloraban de la risa, y se tapaban la cara con vergüenza y picardía. Serenados los ánimos, los "señalados" sacudieron la tierra de sus ropas y, reunidos con las mujeres en procesión, enterraron en el mismo rincón del chiquero una nueva botella de aguardiente para la señalada siguiente. Todos los presentes almorzamos en el patio mientras celebrábamos algunos pasajes de esta fiesta y anécdotas de señaladas anteriores. De más está decir lo que lamenté no haber llevado la cámara fotográfica: resulta imposible describir con palabras el peculiar sincretismo cultural de las comunidades de nuestros valles.