Cuando tenía tres años, Tránsito Condorí agarró por primera vez un tejido para tener qué echarle a la olla. Aprendió ese arte de manos de una tía, pero cuando cumplió los siete la devolvieron a su mamá porque no podían criarla. Se instalaron en Gonzalo, un pueblo de Trancas, para que Tránsito pudiera estudiar en la misma escuela a la que hoy manda a ocho de sus 12 hijos. Allí cumplió la meta de salir con un diploma de la primaria. Hoy, a los 46 años, Tránsito repite la historia y redobla la apuesta: no le importa "vivir como en una caja de fósforos, uno encima del otro", con tal de que los chicos terminen la secundaria. Ya lo logró con cuatro.
"Hace poco conseguí que me dieran este módulo, que es chiquito, pero nos acomodamos. Nosotros somos de una finca de Las Criollas, y durante años los traía a los chicos dos horas caminando a la escuela de Rodeo Grande", cuenta esta mamá, pequeñita de estatura, pero grande de coraje y de fuerzas. En esas épocas debía emprender la caminata a las 5, esperar a los chicos y volver con ellos alrededor de las 19, porque tienen doble jornada. Ahora está apenas a 10 minutos y visita a su marido los fines de semana, ya que se quedó en la finca. "Lo único que les puedo dejar son los estudios, es lo único que perdura en el tiempo. Mientras esté viva, voy a seguir peleando por mis hijos", dice con firmeza. En el tiempo que le queda entre lavar y ayudar a los chicos, Tránsito se dedica a las cosechas y de vez en cuando agarra el telar.